¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Nadie en su sano juicio pretende que dejen de venir turistas. Sería una postura tan radical como estúpida. Desde esta perspectiva, eso que se ha dado en llamar turismofobia, simplemente, no existe. Y etiquetar como tal un movimiento social que está empezando a ser algo más que una anécdota, como han demostrado las manifestaciones bastante numerosas de las últimas semanas en Baleares, Canarias, Málaga o Sevilla, es un error de apreciación que tendrá consecuencias. Lo explicaba con claridad el domingo en este periódico el urbanista Manuel Ángel González Fustegueras, que de las consecuencias de los errores de planificación de una ciudad ha estudiado lo suyo. En Sevilla, cuyo Plan de Ordenación Urbana diseñó, por ejemplo.
No se trata de anatemizar el turismo. Quizás se trata de todo lo contrario. El rechazo que ha saltado desde los círculos de iniciados a la calle tiene que ver con la falta de planificación social de un fenómeno que se ha hecho masivo e invasivo, sobre todo tras la pandemia, y del que sólo se han mirado sus perfiles económicos.
Como apunta Fustegueras, las protestas contra el turismo, incluso las más radicales, no son una expresión de odio al turista, sino “una manifestación contra la sobre explotación de las ciudades, cuyos espacios y servicios se han transformado en productos para satisfacer (y explotar) al visitante”.
Las luces de alarma se empiezan a encender. Sevilla y Málaga han sido escenario en los últimos días de manifestaciones de gente harta de las consecuencias de una masificación a la que los poderes públicos –ayuntamientos y Gobierno regional– parece que no quieren poner coto. Son gente que está indignada porque en muchos barrios se haya echado a los vecinos para posibilitar el crecimiento sin tasa de pisos turísticos y alojamientos. Que está cansada de que los bares lo hayan invadido todo, convertidos en el principal lobby de poder local. Que echan de menos el comercio de toda la vida, arrasado por las franquicias pensadas sólo para que entre el turista. Gente que, en definitiva, no entiende que se le haya dado la vuelta a su ciudad para hacerla hostil a sus vecinos.
Lo peor del asunto es que la respuesta de las administraciones demuestra que permanecen cegadas por las cifras de millones de visitantes y de miles de millones de ingresos. La Junta se ha negado en redondo a considerar una tasa turística que tendría más de gesto político que de elemento disuasor para el turista. Los pisos turísticos se han regulado tarde y mal. En Sevilla, los partidos han empantanado cualquier solución inmediata. El principal responsable de poner en marcha medidas para que el turismo sea una solución y no se convierta en un problema, el consejero Arturo Bernal, insiste en no enterarse y considera que lo que está pasando es que un puñado de irresponsables han decidido “atizarle” a la principal industria de la región.
Mal camino el que se ha tomado. Mirar para otro lado no es la solución. El turismo masivo y desbordado, en Sevilla se vive en primer plano, cada día provoca mayor rechazo. Está a punto de morir de éxito.
También te puede interesar