La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Vamos al altramuz como reclamo de Sevilla!
Si algo no puede discutirse a Donald Trump es su capacidad para no resultar indiferente a nadie. Que suscita en muchos la más profunda animadversión lo sabemos bien en España donde más del 80% de los encuestados declaraban preferir a la incompetente Harris unos días antes de las elecciones –diez años de insistente campaña de todos los medios por tierra, mar y aire acaban dando sus frutos–, pero no estuvieron de acuerdo los norteamericanos, que son los que votaban. Entre ellos, si muchos lo odian, muchos más sienten una pasión tan incondicional como, vista desde aquí, inexplicable.
Esa capacidad para agudizar sentimientos, más allá de su instinto al identificar y dar respuesta a las angustias de las clases medias cuya extinción ha sido decretada no se sabe bien por quién ni, sobre todo, por qué, explica tanto sus éxitos como sus fracasos: arrolladores, colosales, fuera de cualquier medida, inasequibles para cualquier otro desde hace muchas décadas. Si ya fuera épica su primera elección, derrotando a la que de antemano había sido coronada por todos los medios y las élites políticas y económicas del mundo, todo desde entonces ha sido un continuo más difícil todavía: tras una más que notable presidencia –sobre todo si se le compara con quienes le precedieron y le sucedió–, la pérdida de la reelección merced a un turbio recuento que en cualquier país de menor tradición democrática (y con otro desenlace) hubiera sido inadmisible; luego, la persecución desatada contra él por la administración del mismo Biden que acaba de indultar de cualquier delito que hayan podido cometer a cientos de corruptos y mafiosos –incluido su propio hijo, que tiene narices–. Una persecución cuyo objetivo, además de provocar la ruina económica y personal de Trump, no era otro que impedir su regreso. Y finalmente, ese regreso, a pesar de su propio partido, sin apenas apoyos iniciales, con muchos menos medios que su rival, a punto de ser asesinado… hasta el triunfo final y apoteósico. Como decía, nada hay comparable a la vida de Donald Trump en los anales de la historia reciente.Y es muy consciente de ello: “los que quieren detener y parar nuestra causa han intentado acabar con mi libertad y han intentado también acabar con mi vida… Y ahora lo creo aún más. Que preservé mi vida por una razón: que Dios me ha permitido volver para hacer de Estados Unidos un país grande de nuevo”. La Trumpiada continúa.
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