La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
No hemos dudado un instante de que Pedro Sánchez nunca se rinde y es capaz de todo por mantenerse en el machito. Mentir, tirar a sus estrechos colaboradores tras usarlos y después recuperarlos si le conviene, aguantar en el gabinete a ministras directamente insostenibles, volver a mentir, enviar ministros de Justicia a la Fiscalía General del Estado o al Tribunal Constitucional, reformar el Código Penal a la carta, callar cual zorro cuando la vicepresidenta rinde visita pastoral al delincuente Puigdemont, etcétera. Pero quizás nuestro presidente no contemplaba la brecha que se la ha abierto en el propio partido a cuenta de la previsible ley de amnistía que los amigos del contorsionismo ven factible por el mero hecho de que la Constitución no la impide. ¡Cáspita, pero si prohíbe expresamente los indultos generales! ¿Qué más necesitan? Algunos son como aquel que se empeñó en subir un oso al tren alegando que sólo se prohibían expresamente los perros.
No debía contar Sánchez, mariscal del culebreo y catedrático de la Resiliencia, con la rebelión dorada, la del PSOE vintage, y también la de algunos que no son tan pretéritos como Tomás Gómez, aquel alcalde de Parla que ganó unas primarias frente a la candidata de ZP. O como Elena Valenciano o Jordi Sevilla. La cofradía de los respondones con carnet del PSOE aumenta cada día y es más tronante cada hora. La expulsión de Nicolás Redondo es una decisión propia de sectarios que no soportan un minuto más al discrepante, o al controvertido que diría Felipe González. La medida revela impotencia, debilidad y la clara pretensión de dar un aviso serio al que quiera seguir los pasos del vasco.
Tal es la fractura interna que algunos consideramos por primera vez la posibilidad de que haya elecciones de nuevo. Solo nos libraría de ellas que el señor que se escapó dentro de un maletero rebaje sus pretensiones ante la posibilidad de que no le vuelva a salir el décimo con el premio gordo de tener al Gobierno del Reino de España cogido por... los Pirineos. El que ha tomado un poquito de aire con la convocatoria del domingo 24 es Feijóo, al que septiembre se le hacía largo, demasiado largo. El gallego ganará más oxígeno si consigue que aumenten las voces discrepantes en el PSOE. Los populares parece que se recuperan con lentitud del mazazo de la noche electoral, la de aquel baile tan triste como ridículo en el balcón de la sede de Génova. España no tiene que pedir perdón a Puigdemont y su cuadrilla. En eso consistiría la amnistía. Los osos no viajan en tren. Su sitio es el bosque. España, el país donde tantas veces hay que defender lo obvio.
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