La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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Las dos orillas
Los tranvías de ahora no son como los de antes. Los de antes tenían buena prensa y selecta literatura. Como lo demuestra el tranvía a la Malvarrosa, de Manuel Vicent. En un artículo que publicó Luis Sánchez-Moliní el jueves pasado (era de temática taurina, no tranviaria), recordaba a Vicent como el autor de Tranvía a la Malvarrosa. Vicent ha escrito mucho y bien, pero ese tranvía se le ha quedado como un símbolo. En Sevilla tuvo literatura cofradiera el tranvía que arrolló al paso de la Virgen de la O, en 1943, en la trianera calle San Jorge. A resultas del cual adquirió legendaria fama el capataz Salvador Dorado, conocido como El Penitente, aunque en origen era El Paytente. Pero nos estamos desviando de la parada. El nuevo tranvía de moda es el de Nervión, que es un tranvía interruptus.
Porque el verdadero es el que llegará a la estación de Santa Justa desde la Plaza Nueva. El de Nervión, como ya he escrito otras veces, es una redundancia. Sirve para llegar desde el centro histórico al Nervión Plaza o al estadio Ramón Sánchez Pizjuán. Pero también existe una línea de Metro, que lleva desde la Puerta de Jerez hasta Nervión. Por otra parte, el tranvía desde la Plaza Nueva a Nervión tarda unos 25 minutos. Y desde la Plaza Nueva a Nervión se puede llegar andando, a paso normal (no de marcha atlética), en unos 30 minutos, si vas por el camino más corto, por la Cuesta del Rosario, Santa María la Blanca, la Puerta de la Carne y el Puente de San Bernardo hasta Eduardo Dato. El paseante, si gusta de andar, puede tardar el mismo tiempo que el tranvía.
Lo mejor del tranvía a Nervión es que lo anunció Juan Espadas, cuando era alcalde, y lo ha inaugurado José Luis Sanz. Esto suele pasar. Lo proyecta un alcalde del PSOE y lo inaugura otro del PP. O al revés. Y, para colmo, no invitan al que tuvo la idea. El primero en bajarse debió ser Juan Espadas. Así le hubieran dado alguna alegría, que últimamente está cortito el repertorio. Juan Carlos Cabrera se presentó al viaje inaugural, sin estar invitado, y recordó su inquebrantable adhesión a ese tranvía, con origen en sus buenos tiempos.
En Bruselas gusta un tranvía, y los financian. En el franquismo se cargaron los tranvías para poner autobuses, porque eran más modernos, y ahora dicen lo contrario. El tranvía a Nervión es como el coronel de García Márquez: no tiene quien le escriba novelas de amor. Aquí nuestro Vicent para los tranvías era Burgos, que escribía de Vicente el del Canasto. En aquel tiempo, Vicente veía coches por la calle Tetuán, junto al azulejo del Studebaker. Los tiempos cambian una barbaridad.
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