¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Hagan juego, señores. Pedro Sánchez con sus pactos ha convertido el Congreso en una especie de casino cutre, lleno de tramposos que se miran de reojo con las mangas de la chaqueta llena de cartas marcadas. Son esos casinos de saloon de película del oeste o instalados en los barcos de vapor que subían y bajaban por el Misisipi y en los que se salía a tiroteo diario. Si no fuera porque con las cosas de comer no se juega, lo de ayer hubiera sido hasta divertido. En la mesa de póquer se sentaba un amoral fugitivo de la Justicia que un viernes proclamó la independencia de Cataluña, el sábado se fue de vinos a Gerona y el domingo se fugó en un maletero a Bruselas. Frente a él un tahúr de chaleco floreado –que diría el Alfonso Guerra de la Transición– capaz de engañar hasta a su madre, y no digamos a sus electores, con tal de seguir donde quiere estar. Y como comparsa, intentando meter baza y mirando de reojo, el que ganó las elecciones y no le sirvió para nada y los expulsados del Gobierno que no saben si están en la oposición o dejan de estarlo.
Lo de menos es el resultado de la partida. De la primera a la última mano se jugó al engaño. Lo importante es que ha servido para dejar meridianamente claro qué es lo que nos espera para los próximos cuatro años, si es que se llega. A nadie le importaba un pimiento lo que se estaba discutiendo en el hemiciclo. Se trataba de demostrar, por un lado, quién tiene la sartén por el mango y, por el otro, hasta qué punto se puede rebajar un Gobierno ante un chantaje.
Esto no ha hecho nada más que empezar. Puigdemont ha querido enseñar sus cartas desde el principio para que nadie se llame a engaño. Lo mismo le importa darle una patada al Derecho de la UE intentando bloquear al Tribunal Europeo de Justicia que se saca de la manga las multas a las empresas que se nieguen a volver a Cataluña. Ante ambos disparates, inviables desde cualquier punto de vista, Sánchez agacha la cabeza y hace como si no se enterara. Pero sabe perfectamente que se ha echado en brazos de un partido profundamente reaccionario, como hay pocos en Europa. Lo del pacto de progreso no se lo cree ya nadie y se les nota.
Este es el laberinto en el que nos hemos metido. Van a ser unos años de crispación endiablada, de peleas y componendas hasta que todo, de una u otra forma, salte por los aires.
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