Una traición intelectual

La extrema indulgencia con el radicalismo a la derecha no deja de ser una traición intelectual provocada

17 de junio 2024 - 01:00

Los 800.000 votos del interfecto A. en las elecciones europeas interpelan a quienes se consideren parte de la familia liberal o de la conservadora. Hay en este movimiento populista un desdén moral, una comprensión nihilista de la política y una impugnación a las formas y a la norma, propia del desprecio antisistema, que atenta, ética y estéticamente, al corazón de ambas tradiciones políticas. Claro que la explicación terapéutica, y auto exculpatoria, de este éxito electoral se puede fácilmente construir desde la lógica de la reacción. El artefacto populista que ha emergido en el extremo derecha, advirtiendo que la fiesta ha terminado, no sería sino consecuencia lógica de los excesos del gobierno de coalición, de la degeneración institucional, la tiranía de lo políticamente correcto y, en último término, representaría una suerte de epígono a la derecha del radicalismo quejoso que aportó a nuestra cultura política el 15M. Si uno ha estado atento a la opinión publicada la última semana, esta explicación causal ha sido común entre buenos referentes de ese ámbito liberal conservador. Desde luego, esto es más fácil que asumir la propia responsabilidad que desde ese mismo ámbito se tiene por la pasividad, en el mejor de los casos, frente al fortalecimiento social de un discurso que impugna elementos basilares de estas tradiciones políticas y de nuestra propia cultura constitucional. La trayectoria del interfecto A. que ha transitado por UPyD, CS y VOX, hasta fundar su propio espacio, refleja ciertas patologías e inercias del regeneracionismo español que han determinado su fracaso, y, también, la existencia de un ámbito de socialización digital y no tan digital en la derecha que, sobre la base del culto a lo políticamente incorrecto y desacomplejado, al descaro tabernario del gusto por la fruta y el voto por Txapote, y a un malentendido antipaternalismo, ha desvinculado, sobre todo a los jóvenes, de elementos básicos de la tradición conservadora que, precisamente ahora, son especialmente valiosos. La extrema indulgencia de muchos referentes liberales y conservadores con el radicalismo a su derecha no deja de ser una traición intelectual provocada, fundamentalmente, por el hecho de que comparten con este radicalismo una fobia común a lo que integra el sanchismo. La pregunta pragmática que aquí se impone es la de hasta qué punto no satisface los intereses del propio sanchismo y perjudica los de España, esa condescendencia hacia un feísmo político que, como diría Chesterton, confirma la sospecha de que en política la dignidad tiene que ver con el estilo.

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