¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
La tragedia de la Dana, con su doloroso carrusel de muerte, devastación, ruina y caos, ha conformado un panorama dantesco sólo aliviado por el hermoso espectáculo de la solidaridad de los héroes anónimos y perturbado por la estridente minoría de las aves de rapiña asaltantes del comercio.
Ha traído también una sensación dramáticamente desasosegante: no estamos preparados para una catástrofe de estas magnitudes. Una nación desarrollada, que se sitúa entre las veinte primeras del mundo por su riqueza, que dispone de un arsenal de organismos, planes y medios para afrontar cualquier situación de emergencia, no funciona a la hora de la verdad. Mejor dicho, funciona con retraso e ineficiencia, como lo hace un país tercermundista. Como un Estado semifallido.
Luego está la política, que lo emponzoña todo, para agravar los desastres de la naturaleza desatada. Lo normal habría sido que el presidente del Gobierno hubiera llamado, nada más volver de la India, al líder de la oposición para viajar juntos a la Comunidad Valenciana a comprobar daños, consolar a los que han perdido a sus familiares y visto sus vidas truncadas y acordar medidas inmediatas. Lo normal habría sido que el líder de la oposición se hubiera plantado en la Moncloa hasta ser recibido por el presidente y ponerse los dos manos a la obra. Lo anormal es que uno se haya dedicado sembrar sospechas sobre la actuación preventiva de las instituciones estatales (Aemte, cuencas hidrográficas) y otros pongan el foco en el retraso con que se dio la alerta por móviles por parte de la autoridad autonómica. Lo anormal es que la presencia del ejército en la escena de la desolación se haya decidido tarde y con cuentagotas, cuando todo el mundo es consciente de que no existe un colectivo más indicado para crisis como ésta. Lo anormal es que no se declare la emergencia nacional y la gestión compartida de un problema sobrevenido que constituye una emergencia evidente. Lo anormal es que sea imposible encontrar en la vida pública española una sola realidad a la que los partidos políticos no se enfrenten con dos únicas motivaciones: sacar rédito y deteriorar al adversario.
De los políticos actuales de la España que marcha como un cohete se puede decir lo que el viejo Borges comentaba de los peronistas: no son buenos ni malos, son incorregibles. ¿Veremos el día en que podamos al fin corregir este juicio?
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