La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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En tránsito
Freud está casi olvidado, creo, y nunca he podido quitarme de la cabeza las bromas que le dedicaba Nabokov (“Admiro enormemente a Freud como autor cómico”), pero hay algunas ideas de Freud que siguen teniendo mucho interés. La del tótem y el tabú, por ejemplo, que da título a uno de sus ensayos de 1913. Y me he acordado de estas ideas de Freud justo en estos momentos en que vivimos una especie de conmoción por lo que ha ocurrido en las elecciones europeas. Las almas bellas están muy preocupadas por el crecimiento de la extrema derecha y ya creen presenciar esa polvareda lejana que anuncia por el horizonte la llegada de los bárbaros. Nuestra frágil civilización está en peligro (según nos dicen) y la esencia de Europa está a punto de ser pisoteada por una horda de salvajes.
Vale, sí, pero entonces me acuerdo de lo que decía Freud sobre el tótem y el tabú de los pueblos primitivos. El tótem era la figura simbólica –un águila, un oso, el rayo– que representaba la unión indestructible del grupo. Y el tabú era la prohibición que impedía entregarse a determinadas prácticas sexuales (el tabú del incesto, por ejemplo). Freud decía que en nuestra sociedad ya no existía el totemismo, pero sí seguían existiendo los tabúes sexuales, y la existencia de esos tabúes determinaba la aparición de los trastornos obsesivo-compulsivos.
Bueno, espero no haber aburrido al pobre lector –si es que queda alguno–, pero hay algo en nuestra relación con la Unión Europea que se parece mucho a esas dos ideas de Freud: el tótem y el tabú. Nuestro tótem es la idea de que la Unión Europea conforma una organización político-social inmejorable que se funda en la libertad y la solidaridad sin límites. Pero esta idea, para mantenerse firme, se asienta sobre un tabú: todo lo que contradiga esta idea fundacional debe ser eliminado y proscrito. Por lo tanto, no se puede criticar el globalismo, ni el ecologismo, ni la política de fronteras abiertas. Y de ahí que se establezca la norma de que no se debe identificar a quienes acuchillan a los paseantes gritando “Allahu Akbar”. Y de ahí que no se puedan revelar los graves problemas de convivencia que se viven en Suecia y en otros países. De todo esto no se puede decir nada, o casi nada, o muy poco, pero Freud también nos advertía de que toda realidad reprimida acaba vengándose. Y ya lo estamos viendo.
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