Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Las despedidas de soltero tal como las sufrimos son un botón de muestra más del turismo invasor, pero no un hecho aislado. Son efecto de un consumismo descontrolado, de una sociedad que encumbra el disfrute como éxito sin más, el ocio sin criterio y la sofisticación cateta de las celebraciones cotidianas, siempre necesaria para que un tercero haga caja. ¿Cuántas veces al día le interpelan a usted para que disfrute? Haga la cuenta. Va a una boda y le dicen rápidamente: “¡Disfruta!”. Se va usted de escapada de tres días y dos noches y el vecino se despide con un mensaje claro:“Disfruta, disfruta”. Publica en facebook una foto de la langosta que le han servido y surgen como hongos decenas de vítores : “¡Disfruta, disfruta!”. Recuerdo a mi cuponera de guardia, la que siempre pregona: “¡Para darse un capricho, para no volver al trabajo o para desmadrarse!”. Siempre le compro un cupón para el desmadre, obviamente. Pero nunca me toca, también obviamente.
El tonto del disfrute tiene mil acepciones. Está en las antípodas del anunciador de tragedias, catástrofes y situaciones adversas. Tienen en común uno y otro que son personajes absolutamente previsibles en sus comentarios y reacciones y, por lo tanto, plúmbeos, convencionales y rechazables. Se merecen una cara de tacón por estar ayunos de originalidad, por opinar de acuerdo con un catálogo elemental, básico, manido y recurrente. Huya de un tipo que le insta a disfrutar. Hay que alejarse tanto como de los que saben que te casas y te dicen: “Ahora te cambia la vida”. Tienes un hijo: “Ahora sí que te va a cambiar la vida”. Tienes un segundo hijo y el mismo idiota repite: “Con uno no te enteras, pero con dos ya la cosa sí que te cambia para siempre, ¿eh?”. La peor especie es la del que te echa un brazo por el hombro mientras te tortura con sus vaguedades. Te instan a disfrutar como si no hubiera un mañana. Son la versión de bajo coste del Carpe Diem. Tal vez crean que son felices, es posible. Tienen la fea costumbre de tildar de elitistas y selectivos a todos los que no comparten su modus vivendi. Es decir, a todo el que no haga el payaso cuando un amigo se casa, no viaje sembrando la cochambre, no afee los cascos antiguos, no se disfrace con un gusto soez, no provoque ruidos y no se comporte de tal forma que sean los propios hoteles y restaurantes los que no los admitan.
Se desmadran sin que les haya tocado el cupón. Menuda resaca... Qué pensarán el día de mañana de quienes los viernes les cantaron la cantinela: “¡Disfruta, disfruta!”. Siempre les quedará Halloween, culminación y síntesis de la sociedad acomplejada e influenciable por una cultura inferior. Disfruten, disfruten.
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