Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
LA DANA, ese extraño término fonéticamente simpático, ha azotado inmisericorde el sureste de España. La naturaleza es incorruptible, se mire como se mire. Huracanes, terremotos, sequías... son fenómenos indomables y el hombre poco puede hacer más cuando se desatan que ponerse a resguardo como puede, digno e impotente. Eso es lo que ha estado haciendo la izquierda durante los últimos cinco meses, ponerse a cobijo digna e impotente presenciando el espectáculo de sus dos egocéntricos mandamases tirándose los trastos a la cabeza, primero de manera afable, muy sonrientes y contenidos ellos, con zarandajas como esa mamarrachada del Gobierno de cooperación, hasta acabar como el rosario de la aurora con el infernal juego de tronos de un Pablo Iglesias que iba ganando, a pesar de los pesares de sus volantazos, la pelea del relato... hasta que se traga su orgullo republicano y le pide ayuda al Rey.
Los dos fenómenos indomables, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, se han estado comportando como dos astutos narcisos, más preocupados de salirse con la suya que de formar una mayoría de Gobierno progresista, que fue el reclamo con el que animaron a mucha gente ahora desencantada a ir a votar el 28 de abril para frenar a la derecha. La rana ayudó al escorpión a cruzar el río, pero a medio camino la picó y se empezaron a hundir. “¿Cómo has podido hacer algo así? Ahora moriremos los dos”. Respuesta del escorpión: “No he tenido elección; es mi naturaleza”. ¿Cuál de los dos venados en celo cumple aquí el papel torpedeador, don Pedro o don Pablo? La interpretación va por barrios, naturalmente.
Los dos gallitos de la izquierda han revuelto el gallinero con sus trifulcas y Albert Rivera acaba de poner el huevo. La posibilidad de que Pedro Sánchez acabara de nuevo cacareando por el corral de la derecha ha estado ahí desde el minuto uno: desde que el PSOE contabilizara sus 123 escaños, lejos de la mayoría absoluta. Lo natural era que hubiera pactado con su socio preferente, con el que lo llevó en volandas a La Moncloa a lomos de la moción de censura a Mariano Rajoy en junio de 2018. Pero la tentación de tirar para la derecha era pública y notoria. ¡Con Rivera no! clamaban en Ferraz la noche de 28-A. Toma pastillas de goma, decíamos de niños.
La DANA, la tormenta perfecta, remite y las aguas vuelven naturalmente a su cauce. La irracionalidad política es mucho más imprevisible que cualquier turbulencia atmosférica. La naturaleza es mucho más sabia que cualquiera de nosotros. Incluso que ellos, los venados de la clase política, con su asfixiante partida de tahúres a cuestas del resto, de los que los votamos. O no. Las catástrofes de la naturaleza son terribles. No más que las personales. Entre los seres humanos se pueden alzar fronteras insalvables. Es cuestión de ideas. De carácter. De estupidez... Las relaciones humanas siempre miran de reojo al abismo. El tormento perfecto, el de la izquierda, naturalmente, no ceja.
Al otro lado, tanta armonía apabulla. La derecha tiene sus riñas, pero para lo importante siempre acaba poniéndose de acuerdo. Anda que ha tardado Pablo Casado en ponerse receptivo este lunes a la "solución de Estado" de Albert Rivera. Ya empieza a tomar forma la posibilidad de que Sánchez sea investido bajo el generoso palio patriotero de PP y Ciudadanos. El líder socialista también está poniendo ojitos a ése al que llamó "hipócrita" el miércoles en el hemiciclo del Congreso y que no quería ni verlo. "No hay ningún obstáculo real para que Ciudadanos y PP se abstengan", proclama Sánchez ufano tras conocer la maniobra de su enemigo del alma, que claro que no quiere unas nuevas elecciones ni a tiros...
Posiblemente nos ahorraremos una tediosa vuelta a las urnas el 10-N, pero la frustración ha calado naturalmente a la izquierda hasta los huesos.
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