La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Al igual que para la música popular de hoy no parece haber más tema lírico que el erotismo en sus variantes más enfermizas, los medios no destacan ya apenas otra cosa que las noticias de alcance político o de salsa rosa, de manera que amplias parcelas de la vida social quedan fuera del visor de la mayoría, recluidas en publicaciones especializadas que a pocos llegan. Esto sucede muy notablemente con la religión y es síntoma inequívoco de la secularización rampante; también, con las demás ausencias, de un empobrecimiento de la vida común que nada bueno anuncia.
Pero hay excepciones: ahí está el amplio eco y fuerte impacto mediático de la publicación en Francia, en la prestigiosa editorial Fayard, de un libro en colaboración entre el cardenal Sarah y Benedicto XVI sobre tema tan peculiarmente católico y, de hecho, restringido en interés estricto al clero, como es el mantenimiento del celibato sacerdotal. Ambos prelados, que tal vez sean las dos figuras más respetadas y señeras de la Iglesia actual, al margen del propio Papa, se muestran firmemente partidarios por hondos motivos teológicos y pastorales del mantenimiento de la norma, vigente en la Iglesia romana desde siempre como aspiración y desde hace casi mil años como realidad canónica. "El celibato de los sacerdotes es indispensable, no puedo callar", ha escrito el gran Benedicto.
Quizá el estruendo mediático, muy inducido desde ciertos ambientes vaticanos, tenga que ver con las expectativas de un cambio decisivo en esta cuestión alimentadas por el reciente sínodo de la Amazonia, celebrado por cierto en Roma y financiado, dicen, por la díscola Iglesia alemana. El celibato eclesiástico está convirtiéndose, a contrapelo de Francisco, que a menudo lo ha defendido, en la piedra de toque de la voluntad reformista de su pontificado. Un callejón sin salida al que puede estar siendo conducido por sectores que en muchos aspectos hacen recordar los nefastos comportamientos del inmediato posconcilio para tratar de llevar a la Iglesia a donde no quiere ni puede ir.
El Papa calla. El cardenal Sarah y Benedicto XVI le han dado un argumento extraordinario para resistirse y no ceder en nombre de la unidad de la Iglesia, que él debe preservar. Si no aprovecha esta oportunidad, Francisco aparecerá inevitablemente como instrumento de una facción en lo que reste de un pontificado que puede deslizarse hacia el desastre.
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