La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Al tratar del viaje de Albert Einstein a España en 1923 para dar conferencias en varias de nuestras ciudades, cuenta el historiador Thomas F. Click, que, al salir de la Estación de ferrocarril madrileña, una castañera gritó: "¡Viva el inventor del automóvil!". El viaje del físico, y el grito de aquella mujer eran la radiografía de una nación que, desenganchada del tren de Europa, sólo había producido -salvo rarezas- esperpentos: en la derecha el esperpéntico colonialismo de las guerras de África y, en la izquierda, el del Regeneracionismo que, tres décadas después y en palabras de Francisco Ayala, se volvió "quincalla falangista". La excepción estuvo en la Institución Libre de Enseñanza, en realidad una paradoja: porque, en vez de significar la conquista intelectual general de instituciones similares en las sociedades de Europa o Estados Unidos, aquí no era sino una pequeña entidad privada, formada por profesores expulsados de la Universidad a la que encomendaron la educación de sus hijos unas élites mínimas. La apoyaron Joaquín Costa, Clarín, Ortega y Gasset, Marañón, Menéndez Pidal, Antonio Machado Núñez, Antonio Machado Álvarez, Ramón y Cajal, Federico Rubio, Sorolla… y en ella se forjaron o la sostuvieron los pilares de la Edad de Plata: Manuel y Antonio Machado Ruiz, Juan Ramón y Zenobia, Fernando de los Ríos, Federico G. Lorca, Buñuel, Salvador Dalí, María Zambrano, Rey Pastor, María de Maeztu…
Como se ve, ningún político. Del hemiciclo de las Cortes continuó ausente la reflexión a pesar de que casi todas Sus Señorías eran universitarias y, en la calle, aunque la radio ya informara a todo el mundo, siguió instalada la ignorancia.
Desgraciadamente de la misma irreflexión e idéntica ignorancia hacía gala hace poco Pablo Iglesias cuando, confundiendo la ficción de una novela de Carlos Bardem con un argumento científico, dijo del anís de Cazalla de la Sierra que era "un pésimo brandi… un veneno cuyos viñedos fueron plantados por negreros españoles para producir un brebaje barato que trocar por esclavos en los puertos de África". Si el cazalla no fuera desde hace mucho un buen anís, no se habría convertido en el vocablo que sirve en Madrid para todos los aguardientes y lo de los "negreros españoles" es pura, simple y llanamente una fabulación digna de Emilio Salgari. Todo lo contrario que Cazalla de la Sierra, una población real que, como todas, ha de vivir de lo que produce y de su fama.
Iglesias podría haber leído también lo que un alumno de la Institución, Antonio Machado, a través de Juan de Mairena, escribió: "En España la acción política de tendencia progresiva suele ser débil, porque carece de originalidad; es puro mimetismo que no pasa de simple excitante de la reacción... Los políticos que pretenden gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción de fondo que sigue en España a todo avance de superficie. Nuestros políticos llamados de izquierda, un tanto frívolos -digámoslo de pasada-, rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de las culatas".
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