¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
No hay ninguna bandera o pendón que refleje el tiempo que pasa y que muestre sus colores simbólicos. Pero ahí están los cientos de enseñas y oriflamas, todas ellas pasajeras y variopintas, como las que señalan en esta ciudad el tránsito incesante entre efemérides, días señalados y jolgorios varios. Alguna que otra tarde de Feria, tan remota ya, la dediqué a deambular sin más. El centro histórico tenía su punto calmoso. De la Maestranza llegaban los rugidos leoninos del público, lo que me hizo pensar imaginariamente, sin ingesta alguna de manzanilla, en el hipódromo bizantino de Constantinopla. Por los puentes sí discurría el habitual trasiego hacia la Feria. Reatas de turistas y parejas amarteladas hacían fotos a la gitana flamenca de Marín que se enseñoreaba del entorno con su enorme apostura. Las tardes de Feria tienen su encanto natural y te vuelven alternativo si no fuerzas esta opción.
En la caminata sin rumbo –y voy a lo que voy– observé que de ciertos balcones aún había banderas del Athletic de Bilbao en recuerdo de la Copa del Rey. Claro que había banderas y colgaduras de Feria, con sus letrillas de sevillanas. Pero pude ver también lo que de hecho veo a diario desde mi casa. Alguien se dejó olvidado en su balcón el paño carmesí con el Niño Jesús de la Navidad (“Dios ha nacido”). Así, pues, discurre el paso de los días. El tiempo se descifra entre banderitas y señuelos. Las estaciones del año ya no fluyen con acordes de Vivaldi. Cada estación es un cronicón fiestero. Las banderas y colgaduras nos recuerdan que el tiempo se ha convertido en una pregonería de fiesta constante. En Semana Santa, en el balcón vecino aún seguía el mismo Niño Jesús, bien a la vista y sin corona de espinas, que es lo que tocaba. Dice el Eclesiastés que todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. Pero el calendario fiestero, como ocurre en Sevilla, ha trastocado el marchamo apacible de las cosas.
El Niño Jesús olvidado en su colgadura me hace pensar en cómo soportará la solana de agosto. Seguro que el pañito rojo permanecerá bajo el sol, decolorándose en su agonía. Recuerdo las banderas carmesíes del centenario del Sevilla FC, largo tiempo olvidadas y sufrientes en algún que otro torreón de pisos por San Diego y Rochelambert. Uno suele toparse también con colgaduras que anuncian efemérides cofrades y romerías de pueblo. Otras veces se ven banderas sin festivos reclamos, pero que se exponen y luego se marchitan con los días en balcones y ventanas al compás de su causa (ucranianas, palestinas). Con tanta bandera, el paseo se ha convertido en un tratado de vexilología.
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