Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
La aldaba
En su día leímos con mucha atención las opiniones sobre la ternura de un psiquiatra andaluz, afincado en Sevilla e hijo predilecto de su localidad natal de Benaoján (Málaga), don Jaime Rodríguez-Sacristán. “La gente está deseando que se le mire con afecto y acercamiento. Todos necesitan dar y recibir ternura y hay que perder la vergüenza”. La sociedad que enaltece la agresividad como método de competición, que sigue valorando el pelotazo como un éxito y que prima el resultado inmediato antes que el fruto de un trabajo intelectual que requiere tiempo, tiene orillada la ternura porque en el fondo la considera una debilidad. Ocurre como con la fe, de ahí que desde ciertas instancias se prefiera reducir sus manifestaciones al ámbito de lo privado, a las sacristías y a los reclinatorios de los oratorios domésticos. En los colegios se impone un cuarto de hora de lectura al día por efecto de una ley que ha tenido que preocuparse de una materia que se debería traer satisfecha de casa.
Fue revelador en su momento que una ley andaluza tuviera que apuntalar la autoridad de los profesores. Orillamos la ternura como desplazamos las humanidades, por lo que estamos garantizando el listado de pacientes de salud mental de las próximas décadas. Preparamos para una previsible competitividad agresiva antes que para un mundo sencillamente duro, un valle de lágrimas en el que exisitimos y una sociedad injusta que nos ha sido dada, pero que tiene innumerables ventajas y comodidades con respecto a muchas partes del mundo. La educación en valores es un mero cacareo en muchas ocasiones, cuando es la principal herramienta para hacer frente a esa dureza y a esa injusticia. No se le puede exigir nada a nadie, no se le puede corregir nada a nadie, no se le puede reprender nada a nadie. Todos tenemos derecho a todo. No se admiten matices en ningún debate donde hay que aceptar los marcos mentales políticamente correctos. En el fondo nos falta mucha ternura, que es la base para sentir la fortaleza del afecto. Tal vez algún día haya una ley que inste a cultivar ciertos valores, cuando quizás dejemos de confundir la sensibilidad con la sensiblería. Viendo la agresividad de los papás en las canchas deportivas, mejor no imaginar las charlas de sobremesa. La esperanza está en los quince minutos de lectura al día a los que obliga la ley. El caso es que los psicólogos comerciales siempre exculpan a los padres. Lógico, ¿quién paga la factura de las consultas? Los niños bastante tienen con competir. Miren con afecto y acercamiento y criarán seres fuertes. Palabra de un sabio andaluz.
También te puede interesar
Lo último