
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Con bufanda y bengala en la Moncloa
La aldaba
Sevilla es una ciudad idónea para no hacer absolutamente nada. Un ex alcalde comentó una vez de forma rotunda en una sobremesa en el Aero: “Aquí lo cómodo es hacer el estafermo, te aseguro que con un poco de suerte es recomendable limitarte a alzar la lobera de San Fernando el Día de San Clemente, ceñirte bien el fajín en las festividades solemnes, acudir a la Casa de las Dueñas a almorzar cuando te llamen, rendir pleitesía en las casas señoriales de la Avenida de la Palmera donde te sirven los huevos pouché y no faltar al menos un día a las carreras de caballos de Sanlúcar. Si tu partido te respeta y las encuestas no te dan malamente, te aseguro que puedes disfrutar de lo mejor de la Alcaldía: las relaciones exteriores”. Reflexionaba sobre este particular al comprobar que Oseluí dedica mucho tiempo a los vínculos más allá de los muros, sobre todo con opinadores sobre el sanchismo, por supuesto más en contra que a favor, lógica y razonablemente. Un alcalde debe centrarse al máximo en su ciudad, o al menos parecerlo, pero vemos a Sanz más a gusto de sobremesa con el gran Fernando Jáuregui, el siempre interesante Carmelo Encinas o con el dilecto Antonio Jiménez (periodistas potentes en Madrid) que con los agentes sociales, económicos, mediáticos y culturales de la ciudad que gobierna en minoría con el apoyo de Vox para sacar adelante el presupuesto.
Los presidentes del Gobierno de España tienden a disfrutar de las relaciones exteriores, de los almuerzos en las cancillerías europeas y de las fotos de familia en las cumbres europeas e iberoamericanas. Pero nuestro Oseluí no duerme en la Moncloa. Es muy cómodo hablar de un modelo de ciudad que no existe (ni por desgracia se tiene) a quien se sube al AVE de retorno a Madrid tras zampare el tiramisú. ¿Por qué Oseluí cultiva tanto las relaciones externas? Porque es probable que Sevilla le cause ese repelús del que ningún alcalde se ha zafado. En el fondo no le dejan ser un gobernante libre quienes se aferran a la imagen de la ciudad de los años 80, en la que el propio Sanz se han moldeado. Intentó ser libre al principio del mandato, pero le cortaron las alas. Y recurrió a la solución facilona de echarse en los brazos de la Sevilla de los cines Fantasio y Alameda y del burguer Dulio. Sevilla ya no es aquella ciudad. El gobierno de esta urbe no permite tener una cúpula bajo sospecha nada menos que al frente de la Hacienda local, donde se gestiona el cobro de los cinco impuestos municipales por excelencia y se plantean los criterios de recaudación. Sevilla exige mucho diálogo, mucha mano izquierda y mucho señorío. Ya no se despachan los cartuchos de patatas fritas del Dulio. Y bien que lo sentimos algunos. La dolce vita tiene un coste muy elevado. Y no hay ni capacidad para organizar el Cita en Sevilla.
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