¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Capitanía y los “contenedores culturales”
CUANDO el Dakar empezó y cuajó en el calendario internacional con su desafío a la naturaleza, su marcado sabor épico y, por qué no decirlo, ese rosario de pilotos que se iban dejando la vida en la arena, el seguidor podía hacerse una idea de la magnitud de la aventura gracias a alguna imagen cenital, con el helicóptero persiguiendo a Jordi Arcarons, o la típica del coche volcado en la duna y los operarios tratando de darle la vuelta.
Cautivaba el paisaje exótico de la costa africana como luego cautivó el suramericano y ahora lo hace el agreste y por momentos lunar desierto árabe. Y aquí, balo la opulencia del petrodólar, todo ha terminado de explotar. La dimensión plena de esta lucha contra la naturaleza y contra sí mismo, ese ejercicio de funambulismo mecánico que supone cada insondable etapa, se nos revela con todos sus matices con las cámaras HD de los drones, que se incrustan en el mismo alma de la prueba para servirnos imágenes de una portentosa fuerza y pasmosa belleza: una panorámica del desierto capta una enorme llanura al fondo, desde la que viene una estela de humo, fulgurante, dispuesta a atravesar un campo de minas, más que de dunas, con una endiablada orografía que parece imposible negociar en un vehículo de cuatro ruedas. Pues lo hizo el Audi de Carlos Sainz, que era esa bala metálica que dibujaba la estela de humo.
La tecnología nos revela lo que intuíamos, nos confirma lo que sospechábamos. Y más que puede revelarnos. Igual que en otros países está absolutamente naturalizada la difusión de los diálogos arbitrales en directo, el cerrado y oscuro estamento arbitral español quiere dar señales de apertura, incluso de cercanía, con la emisión de lo que hable el juez del terreno de juego con sus compañeros del VOR en los partidos de Liga. Este fin de semana trascendió lo que se dijeron en el Sevilla-Alavés. Un primer paso de un camino al que le queda mucho, mucho recorrido.
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