La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
CABALLERO Bonald se paró en la Puerta del Perdón y miró con curiosidad al interior del Patio de los Naranjos, que ya hacía tiempo había dejado de ser una plaza pública para convertirse en parte de un lucrativo recorrido turístico. Carraspeó y afirmó: “En mis años de estudiante en Sevilla esto era un ágora, un lugar de encuentro”. Es cierto que en este lamento había algo de teatralidad, pero también una sincera nostalgia por su juventud ya ida y por un lugar que le había sido hurtado a los paseantes, novios, vagos, mirones, porretas, raboneros, lectoras becquerianas, tatas, niños ciclistas suicidas, madres primerizas, poetisos en busca de inspiración, viejos ornitólogos, turistas y, en general, toda esa abundosa fauna que suele poblar los parques y plazas públicas. En esos momentos ya no se podía ir al Patio de los Naranjos simplemente a perder el tiempo, a tomar el sol o hacer manitas. Había que ir con el carnet de identidad en la boca, previamente estabulado y con una intención definida, normalmente cultural o como anfitrión. Un desastre.
No somos ilusos. Sabemos que la decisión de cobrar a los turistas para entrar en la Catedral se debió a la necesidad de generar fondos con los que conservar el inmenso patrimonio eclesiástico de Sevilla. Pero eso no impide que muchos sevillanos sigamos viendo como una pérdida el trato cotidiano y desprovisto de cualquier intermediación con los espacios más queridos de la ciudad.
El reciente amago del alcade Sanz de cobrar o exigir la documentación para entrar en la Plaza de España es una oportunidad para retomar el debate y pedir el libre acceso a estos lugares en las condiciones de respeto que merecen. Volver a hacerlos parte de nuestros itinerarios cotidianos, de nuestros ritos mecánicos. ¿Es una cuestión de dinero? Se puede hablar. Pero para eso el PP se debería desprender de algunos prejuicios ideológicos contra la Tasa Turística, que es el único camino para recaudar fondos abundantes que garanticen el libre uso de estos espacios y su correcta conservación. Por su parte, la izquierda, y especialmente el PSOE, debería soltar también lastre doctrinal y apostar decididamente para que este impuesto se use también para el mantenimiento de lugares de la Iglesia Católica, como el Patio de los Naranjos o el Salvador. La tasa turística, sin ser el bálsamo de Fierabrás, es mínimamente gravosa para el visitante y podría solucionar no pocos problemas. Ya se ha puesto en marcha en muchos otros lugares con buenos resultados. Todos sabemos que tarde o temprano la tendremos que imponer. ¿Por qué no ponerla en marcha ya? ¿No es el turismo una industria? Pues que genere dinero público.
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