La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
Cuando terminó la película, en el bar, el público hacía apuestas sobre cómo la pondría Manuel J. Lombardo, el crítico de cine de Diario de Sevilla. Probablemente, esa debe ser la mayor gloria de un crítico, aunque conociendo al sujeto me imagino que eso le importará un bledo y que estas afirmaciones mías merecerán alguno de sus demoledores comentarios sarcásticos. En cualquier caso, la opinión de Lombardo nos importa no porque sea conmilitón de cabecera periodística, sino porque se ha ganado su reputación a fuerza de una insobornable independencia (de modas, de gurús, de ideologías...), un extenso y profundo conocimiento de la materia y una escritura potente que nos recuerda que la crítica puede ser una de las bellas artes. Y eso no es fácil en un ambiente tan acrítico y dado al encomio como suele ser el periodismo cultural.
La película a la que nos referimos es Tardes de soledad –que finalmente mereció cinco estrellas como supernovas por parte del crítico en cuestión–, el documental de Albert Serra sobre el mundo taurino que, sorprendentemente, se hizo con la Concha de Oro en San Sebastián y que se estrenó el pasado domingo, en Sevilla, dentro de la programación del Festival de Cine (alias Seff). O mejor dicho, de lo que queda del Festival de Cine después de que el mariscal José Luis Sanz haya pasado por sus hoy devastados campos.
No haré yo aquí una pseudocrítica de la cinta. Mejor se leen la de Lombardo. Pero sí les puedo asegurar que no es “una película sobre la crueldad en los toros”, como con aviesa intención tituló una de esas radios que siempre están dando la tabarra con la ética periodística, los bulos, los terraplanistas, la antipolítica y el fascismo triunfante. Y eso que Tardes de soledad no rehúye mostrar la faceta más indigesta de la Fiesta, con escalofriantes primeros planos del subalterno arrancando al morlaco su último aliento de un certero puntillazo. Más allá de sus valores cinematográficos, lo mejor de la cinta es que no está a favor ni en contra de lo que retrata, algo que en esta España de enconadas banderías llama poderosamente la atención. La cuadrilla de Roca Rey (el protagonista humano de la película) vive una realidad absolutamente absorbente que no sale del ruedo ni de los rituales que rodean una tarde de toros. Un mundo donde carece de sentido estar a favor o en contra de algo, porque todo se resume a una lucha primaria entre el hombre y la bestia. Demasiado humanista, ya lo sé.
Mención aparte merece el público que acudió a la proyección, una extraña mescolanza de taurófilos, cinéfilos (algunos unían las dos facetas) y simples curiosos que no encontraron una manera mejor de matar las terribles horas de las tardes dominicales que convirtiendo las tardes de soledad de Roca Rey y su fiel y dicharachera cuadrilla en una tarde de compañía.
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