Tabaco

08 de abril 2025 - 03:07

Levantó la voz de forma teatral, para que todos los que esperábamos el tranvía en la estación del Prado supiésemos de su ejemplaridad: “¡No tengo tabaco y usted debería dejarlo!”. El humillado era el peticionario del cigarrillo, un hombre con claros problemas mentales que se suele entretener mendigando pitillos entre los viajeros del Metrocentro. Es un juego que se acepta con gusto, quizás porque recuerda a viejos tiempos, cuando fumar era tan común como la presencia de esas personas –se les llamaba “tontitos”– que ejercían de robots especializados en descubrir a los verdaderos tontos y sádicos que acechan en cualquier lugar del mundo. Verdadero tonto (y probablemente sádico) era aquel hombre del “no es no”, honrado ciudadano sin duda, representante de la salud pública, individuo de principios claros y rectos que quiso darle una lección a aquel marginado y, de paso, que todos lo reconociésemos como una de esas personas que no tienen pelos en la lengua, que llama a las cosas por su nombre: al pan, pan, y al vino, pepino. Daban ganas de abofetearlo con desgana y retarlo a duelo, pero es imposible que un patán así tenga un sable en su casa con el que corresponder al lance con un mínimo de decoro y honorabilidad.

Alguna vez he escuchado que Franco se cuidó mucho de que en España siempre hubiese vino y tabaco baratos con los que anestesiar el alma indómita del pueblo español. Sea como fuere, lo cierto es que hubo un tiempo en que el tabaco se compartía con generosidad y despreocupación, y nunca se le negaba a un desconocido, como los beduinos el agua. Lo primero que hacía un hombre de bien cuando llegaba a un corrillo era desenfundar su pitillera y ofrecer. Durante la Guerra de África, hubo pilotos que se jugaron la vida para abastecer a las posiciones sitiadas de un poco de picadura, la mejor manera de demostrar que España no se olvidaba de sus soldados. El tabaco era, más que un vicio, una herramienta de cohesión social, como el toreo o la Argentinita.

Los que fuimos criados en valores pretéritos solo nos puede resultar pornográfica la cruel negación del ejemplar ciudadano. Es fácil decir, “no, disculpe, no tengo tabaco”, sin añadir ninguna recomendación sanitaria ni ningún discurso moralista. Pero vivimos en tiempos en que cualquiera aprovecha para colocarte su sermón o sufre repentinos ataques de supremacismo moral.

Fumar es malo para la salud y el goce de algunos placeres relacionados con el paladar, bien lo sabe el que esto escribe. Pero más malo es ser un cretino con ínfulas de Savonarola. A esos habría que mandarlos a campos de reeducación, con bares bien surtidos de destilados y cartones de dorado Malboro, como lingotes del Banco de España.

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