La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Esta semana se ha cocinado a fuego lento el debate sobre la sumisión. Resulta que una joven de 22 años llamada Roro (Rocío) Bueno, influencer con más de dos millones de seguidores en Tik Tok y que alcanza más de 26 millones de reproducciones en muchos de sus vídeos domésticos, ha sido objeto de una avalancha de críticas negativas por cocinar y mimar con ello a su novio, Pablo. Para comprender este inflado debate cual suflé de chocolate lo realizaremos como una receta gastronómica. En primer lugar, colocaremos todos los ingredientes en línea sobre la tabla de la cocina para una elaboración ordenada y eficaz. Necesitamos una tonelada de mujer con personalidad. Un hombre colaborador con los mismos kilates que la respeta admira, ama y defiende. Un kilo de distintas habilidades domésticas entre las que encontramos el placer de cocinar de todo, coser, dibujar, confeccionar manualidades, dos toneladas de gusto por todo ello y cien kilos de placer al realizarlo. Son imprescindibles para esta receta sobre la sumisión dos millones de críticas negativas, un hervor de insultos, algunas opiniones positivas maceradas en azúcar y una red social donde dejarlo cocinar todo a fuego lento. Resulta que a Roro se le ocurrió publicar en su perfil de Tik Tok cada cosa que le cocina a su chico. Paso a paso explica los procesos con la misma meticulosidad que lo hace Arguiñano. Pero al hombre que cocina no se le acusa de sumisión al hacer de comer a los suyos, y por extensión, dar amor a su familia. Sí a Roro por ser una “víctima de la nueva ola de las Tradwifes” dedicadas a las tareas del hogar para satisfacer a sus maridos. Una vez sacado del horno el cocinado debate éste sabe al agrio amenazante feminismo comunista que compele a que las mujeres tengamos que ser lo que las actuales políticas pretenden obligarnos a ser. Hay millones de mujeres que sin subir a Tik tok sus labores domésticas siguen trabajando en casa para sus maridos e hijos. Por las que seguimos reclamando una retribución y a las que nadie señala como sumisas, sino heroínas. Julia Roberts en la película La Sonrisa de la Mona Lisa, se entregaba en animar a sus alumnas de la escuela a ser libres, cultas e independientes, consiguiendo tener una carrera para desafiar el papel que aquella sociedad de los años 50 las obligaba a ser desde su nacimiento: amas de casa. Una no hizo carrera, la que le explicó que por querer tener un hogar y una familia no era menos profunda, sin intereses o inteligente. Simplemente eligió hacer lo que quería.
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