La lluvia en Sevilla
Carmen Camacho
Multicapa
DE las elecciones catalanas nos quedamos con el San Pancracio al que reza Salvador Illa todas las noches. Es una luminosa irrupción de la vieja España en la decoración hortera y colorista de la fiesta de la democracia. Illa, que tiene pinta de gafapasta aficionado a los cinefórums y el arte conceptual, se nos revela como un senador romano del siglo I. a. C., atento por igual a la razón política y a los dioses tutelares. En griego, Pancracio –mártir cristiano que fue decapitado en el 304– significa “el que lo sostiene todo”, lo que no deja de ser un guiño de la casualidad, el destino o la divina Providencia (según las creencias de cada uno), porque a partir del pasado domingo el candidato socialista es la dovela central de la política catalana, por mucho que se empeñe Carles Puigdemont en reivindicar un protagonismo que las urnas le han negado claramente.
La contundente victoria de Illa es más o menos una buena noticia. Un triunfo del prófugo Puigdemont hubiese sumido a Cataluña y a España en una nueva crisis soberanista y hubiese relanzado la insurgencia indepe. Pero es difícil compartir el entusiasmo de los que opinan que el tándem Sánchez-Illa (verdadero dios Jano del PSC) ha derrotado al separatismo. Sobre todo, porque en los últimos años hemos visto cómo los socialistas han sufrido un preocupante proceso de aculturación por el que han ido asumiendo los valores y objetivos del independentismo. Menos con la ruptura final y simbólica con el Reino de España (algo muy difícil de conseguir en el actual concierto de las naciones) los socialistas han ido transigiendo, en mayor o menor medida, con la cosmovisión soberanista: la plurinacionalidad de España, el monolingüismo catalanófono, la independencia fiscal de Cataluña... Como ha dicho brillantemente José Manuel García-Margallo (esa inteligencia desaprovechada por el PP) ya no se trata de sacar a Cataluña de España, sino de sacar a España de Cataluña. Un proceso muy parecido al que ya se ha consumado prácticamente en el País Vasco.
Por mucho que nos pueda parecer preocupante a algunos, la única salida realista que tiene ahora mismo Cataluña se llama Salvador Illa. Eso o el bloqueo. Pero cualquier ecuación pasa por el pacto con algún tipo de soberanismo (probablemente ERC, por mucho que digan lo contrario), lo cual exigirá guiños separatistas importantes para que los republicanos se justifiquen ante su parroquia. Podemos encontrarnos ante la paradoja de que, habiendo sido derrotado el independentismo, se den pasos importantes en la dirección que ellos marcan. Lo veremos en los próximos dos años. San Pancracio bendito, tú que lo sostienes todo, líbranos de ese mal.
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