Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Presume de Gobierno progresista, pero no lo es. Preside Sánchez un Gobierno bajo sospecha, en el que de los datos que se conoce estos días, grabaciones y mensajes, se deduce que ha acogido al menos a un ministro muy poderoso … y probablemente corrupto, aunque eso último lo determinará la justicia.
Está faltando tiempo a sus compañeros para decir que se sienten profundamente decepcionados por la posible corrupción que ha pasado ante sus ojos. Dirán que es precipiado llegar a esa conclusión, y es verdad que la última palabra la pronunciartan los jueces; pero las grabaciones y documentos dan pie para que al menos uno, uno solo de los ministros, exprese su bochorno por lo que está ocurriendo. Sánchez presume de ser implacable ante la corrupción, pero no solo no ha estado alerta para detectarla, sino que no acepta –fango, fango– que se ponga en cuestión que en su entorno más cercano, incluido el familiar, se han dado conductas que en cualquier sector habría provocado al menos una investigación. Pero aquí, nada. Porque “es de los nuestros”. Hay silencios que definen a quienes los practican; cobardes que prefieren mirar hacia otro lado antes que enfrentarse a unos hechos que, cuando menos, exigen explicación.
Pedro Sánchez está acabado. Seguirá en el Gobierno porque aceptará lo que le exijan y lo que él mismno se exija, con tal de no perder el poder ni la inmunidad. Pero está acabado para una parte importante de españoles , socialistas incluidos. Él mismo ha provocado que no se le tenga respeto, y los últimos acontecimientos le han convertido en un personaje patético, muerto política y socialmente. Le amparan socios capaces de cualquier inmoralidad con tal de que se mantenga en Moncloa porque temen que el que llegue les meta en cintura; y le ampara su falta de pudor para saltarse todos los límites con tal de continuar bajo la seguridad que le procura el cargo que ocupa.
Aguantará un tiempo, el que quiera. No le importa perder votaciones, ya advirtió que podía gobernar sin el legislativo. Tampoco le importa incumplir la Constitución al no presentar los Prespuestos. Está obligado a hacerlo, aunque sea para perder la votación. Tampoco le importa haberse convertido en un presidente cuestionado por la mayoría de los españoles, ni le importa haber perdido el crédito que tenía en parte del extranjero, donde ya no es el presidente guaperas que encandilaba a damas y varones con su discurso de progresista irredento con gran conciencia social, preocupado por los menos favorecidos. Ya no cuela. No es implacable contra la corrupción, sino que convive tranquilamente con la corrupción.
Hoy es un jefe de gobierno en manos de partidos ultra –sí, los ultras también están en la izquierda, y en el independentismo–, que pierde peso por su vacuidad y su falta total de principios.
Cuando salga de Momncloa, que ocurrirá algún día, no será por la puerta grande. Pero se encogerá de hombros murmurando “fango, fango”.
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