La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Hace años a ese gran jefe que fue Enric Sopena le propuse un nombre para un programa solamente de mujeres que tuvo a bien exportar de Radio cuatro (que se oía en Andalucía) a Radio uno (nacional): La patera rosa. A pesar de su buen carácter– que lo tenía aunque algunos lo pintaran muy fiero– casi me lanza un libro a la cabeza: “vale que provoquéis, pero córtate un poco”. Escogimos el nombre de Las Cantamañanas, para venir insultadas de casa. Estrenábamos la década de los noventa y Sopena se atrevió a encajar en las mañanas de la sólida RNE (René, para la casa) un programa hecho por mujeres desde Sevilla con mucha curiosidad, bastante desparpajo y poquísima vergüenza. Íbamos detrás de Sardá y Casamajor y en verano nos sustituyó Carlos Tena. Sólo la inconsciencia impidió que nos paralizáramos de miedo. Madrid y Barcelona tenían los pasillos llenos de estrellas de la radio, buenísimos, y también de mucho exjefe con agravios que cobrar, pero Sopena se fijó en un modesto equipo de Sevilla de cinco mujeres, cada una de su rollo, todas con cierta propensión a la risa y a meter el dedo en el ojo. Nada se improvisaba, cada canción tenía su sentido, cada espacio su pregunta, cada colaborador –Almudena Grandes o Consuelo Trujillo, por poner dos ejemplos– su espacio irrepetible. Y Sopena hace treinta años apostó por mujeres y por hacer un programa en Sevilla. Eso es igualdad y federalismo en obras y no en consignas. Nada menos que restarle un poco de capitalidad a Prado del Rey. Practicábamos una heterodoxia que muchos no entendieron De hecho, cuando nos bajaron de la programación –un día después del cese de Sopena, qué casualidad-– José Antonio Marín escribió una columna que –tal vez– provocó que una jefa –de cuyo nombre no quiero acordarme– explicara que prefería apostar por un programa de mujeres que no fueran ni femeninas sin feministas. Puso a la locutora de “su tabaco, gracias”, nada en su contra, voz extraordinaria. Nos despedimos con Pata Negra y Luz Casal, en realidad volvíamos a casa porque la radio en Andalucía nos siguió abriendo las puertas. Eran las previas a la Expo de 1992 y la radio pública tenía una nómina de grandes donde convivían los veteranos con los alternativos. A Sopena le iba la marcha en medio de una mayoría socialista que copaba desde los ayuntamientos a las comunidades de vecinos, si me apuran. Al calor de tanto poderío creció mucho aplaudidor vocacional, esos tipos que siempre están cerca de quien mande, sea quien sea. Su estrategia consiste en el acatamiento sin ruido pero con él pinchaban en hueso porque a Sopena le gustaba el follón.
Prefería los principios a las consignas. Años después, incombustible en su compromiso de izquierdas le acusaron de falta de independencia. Pero los suyos siempre fueron aquellos a los que servía y en los que creía. Los que merecen la verdad (y la irreverencia, si se tercia).
También te puede interesar
Lo último