La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
La mujer de Juan Carlos Rodríguez Ibarra organizó una fiesta de cumpleaños sorpresa para su marido el pasado enero. Apostó por reunir en la misma mesa a Felipe González y Alfonso Guerra. Los dos accedieron a arropar a quien fue presidente de la Junta de Extremadura durante 24 años. Al conocido como bellotari se le podrá discutir su poca afición por los matices –digámoslo así– pero no la pasión y lucha por su tierra. Su esposa logró romper el hielo entre Felipe y Alfonso. Sí, claro que los dos se habían saludado algunas veces y habían cambiado impresiones antes o después de algún acto aislado. Pero nunca con mesa, mantel y una larga sobremesa. De aquella cita salió la invitación para conocer la finca que González tiene en Extremadura, muy próxima a la localidad de Guadalupe. Y de esta segunda cuchipanda, que también fue un éxito, salió una tercera, pues Guerra reivindicó su derecho a organizar una convidada en su casa de Conil.
Tres almuerzos que inyectaron calidez en una relación varada y que derivan en el reencuentro, ya público, del pasado miércoles en el Ateneo de Madrid. Ibarra está contentísimo de que de su cumpleaños haya salido el fruto de la revitalización de una vieja relación que nunca fue de amistad, sino más bien de estrecha colaboración. Ibarra y Guerra sí tienen una amistad forjada desde los tiempos de estudiantes universitarios en Sevilla. Pero Felipe y Alfonso, tándem indiscutible del socialismo de los años ochenta y noventa, no han sido amigos ni han presumido de serlo. Quizás sin esa secuencia de encuentros (Mérida, Guadalupe y Conil) no hubiera sido posible el acto del Ateneo de Madrid, por eso el bellotari está tan orgulloso y no lo disimula. Algunos socialistas viven una tercera juventud, un volver a empezar, una resurrección. Reclaman ser oídos, como los cardenales a los que no dejan votar en un cónclave una vez que han cumplido los 80 años y se rebelan con frecuencia. Filtran su descontento a algún vaticanista que hace de vocero, se forma el lío unos días y las aguas vuelven después a su cauce.
En este caso, no púrpura sino rojo, no se aprecia el final de la polémica. La vieja guardia del PSOE es libre porque nada espera, poco le pueden quitar y nada debe pedir. Si Guerra no mete el pinrel con comentarios trasnochados y cargados de acidez, el mensaje que denuncia la peligrosa deriva del sanchismo llegará más limpio. En el acto del Ateneo, por cierto, se dio de baja a última hora la ex vicepresidenta Elena Valenciano. Se entiende porque es consejera de Estado. Y Leguina no acudió. Tampoco tenía una relación especial con el dúo dinámico del PSOE. En el fondo el mérito es de los que han almorzado tres veces con Felipe y han oído los relatos de sus viajes a Iberoamérica.
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