Sobran colgados, faltan percheros

La aldaba

Vivimos del turismo y de la hostelería, pero en la inmensa mayoría de los bares no hay donde dejar el abrigo

No había otra, ni otro en el PSOE

Mamarrachos con sueldo público

Perchero
Perchero / M. G.

11 de enero 2025 - 04:00

Andalucía, tierra de recursos, potencialidades y ejemplo de vanguardia sobre la base de una historia milenaria. Sí, sí... Todo eso es una gran verdad y está la mar de bien, sobre todo para los vídeos que cantan nuestras bondades para captar los turistas que ya no caben. O que caben de cualquier manera. O hacemos para que quepan, échate para allá que aquí entra un velador más con paellador y allí otro apartamento con literas. Nunca olviden en las promociones dejar pregonados los kilómetros de costa, las horas de sol, la combinación de oriente a occidente de los ambientes de sierra, mar y hasta desierto; el contraste de culturas y estilos artísticos, y nuestra condición de territorio fronterizo, puerta de la Europa moderna y cohesionada. ¡Hala! ¿Cómo me ha quedado? ¿Dónde le dejo ahora el currículum a don Arturo Bernal, mi dilecto consejero del ramo, para que me fiche para la siguiente promoción de Andalucía, al menos que me haga un hueco junto a los de esos señores músicos de Cádiz que soplan de lo lindo la marcha Eternidad? Pero, ay, en la inmensa mayoría de nuestros bares no hay un puñetero perchero, una carencia que sufrimos cada día de los que el grajo vuela bajo y hace un frío... de bufanda. Hay que frecuentar sitios de esos que llaman chic para que te ofrezcan un armario donde dejar el abrigo, la pelliza, la gabardina, el chaquetón o el tabardo, según el caso. Incluso algunos dejan en el mismo ropero el chambergo, la mascota, la boina o el sombrero, porque ya no quedan esas elegantes y útiles repisas de los antiguos casinos donde se dejaba depositado con toda tranquilidad. Ahora nadie se fía de nadie.

El problema es que echamos mano de un taburete para dejar los abrigos de toda la reunión. Resulta que la pila de prendas se eleva hasta que llega el gracioso que pregunta si está libre el asiento, lo que obliga a aplicar con los abrigos el criterio de Bollullos: que cada uno coja el suyo. Se rompe la tertulia... Y ajo y agua. No hay cosa más incómoda que tener que soportar la prenda sobre el antebrazo o buscar la socorrida máquina de tabaco para arrullarlo encima siempre que no haya cercos de vasos. Hay quien usa el extintor para colgar el abrigo, pero no es recomendable. La verdad es que no suele haber donde dejar el abrigo porque los usamos muy poco en una tierra con tantos meses de calor y porque no nos fiamos de dejarlo ni en un guardarropa (para no hacer luego la cola) ni en un perchero común donde ya se sabe la solución que enseñan algunos cuando toca abandonar el teatro: "En caso de prisas y duda, coge el mejor". Mucho peor es cuando alguien advierte tras un acto de relumbrón: "¡Mucho cuidado porque veo que hay más invitados que abrigos!". Estamos condenados al taburete con la pila de chaquetones. Y a esperar que no llegue el gracioso. Está claro que es mejor vender las playas en los vídeos de promoción. Y tapear en casa. Andalucía, donde sobran los colgados y nos faltan los percheros. Todo no se puede ni se debe tener.

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