La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lluvia en Sevilla merece la fundación de una academia seria
Freud postuló el concepto de "lo siniestro" ("unheimlich" suena más sobrecogedor si cabe), tras una minuciosa lectura de El hombre de la arena del escritor alemán, y ardiente admirador de Mozart E.T.A Hoffmann. Otro día, si quieren, nos detendremos en las excepcionales dotes de lectura de herr Sigmund, cuya interpretación de Shakespeare no puede calificarse, en ningún caso, de mediocre. También sus conclusiones sobre Da Vinci, erróneas o no, muestran una inusual perspicacia. No en vano, herr Sigmund extrajo el método psiconalítico del ámbito del arte; y en concreto, de la pericia crítica de Giovanni Morelli y su talento para detectar los gestos involuntarios, vale decir, inimitables, de cualquier artista... Volviendo, en fin, a "lo siniestro", Freud lo define como lo amenazador o lo extraño que habita o se revela en el campo de lo familiar y lo cercano.
Podríamos decir que buena parte del terror contemporáneo, que buena parte del arte de vanguardia, gira sobre este concepto. Todavía la vieja película de Ibáñez Serrador, ¿Quién puede matar a un niño?, estrenada en 1976, abunda en esta perplejidad sobrecogida ante una amenaza inconcebible. Muchos de los terrores que hoy nos afligen entran sin dificultad en la categoría de lo siniestro. Por supuesto, esta rebelión de los microorganismos, antaño dóciles a la farmacopea, que hoy nos diezman es un ejemplo viral y desdichado de lo "unheimlich". Pero también esos mosquitos, prestigiados por una fiebre oriental, que ahora siembran el terror en la Sevilla ribereña. Si no fuera tan obvio, nos atreveríamos a definir el nacionalismo como un fenómeno "unheimlich" de la mayor pureza, ya que se trata, por un lado, de extranjerizar a una parte sustancial de la población, que no disfruta de los beneficios de la raza o la lengua adecuadas; y de otra parte, de encontrarse al compañero, al vecino, al primo segundo, convertido en enemigo amenazador y heraldo pugnaz de "lo siniestro".
Hay que señalar, en cualquier caso, que "lo siniestro", hijo natural del XIX, es fruto de la profunda urbanización de aquella hora, cuando el campo se trasladó a vivir a las ciudades, a su magno artificio, en forma de masas pobres y hacinadas. El terror a una naturaleza hostil lo encontraremos, entonces, en Lovecraft, en Machen, en Conrad. El terror al vecino o a un objeto inerte, en el Jekyll de Stevenson y en la casa Usher de Poe. Es el mismo terror, inesperado y frío, que sacudió a Adán tras probar la fruta del conocimiento.
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