Notas al margen
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Para empezar, sería instructivo recordar la pasada exposición de Silvia Cosío, en 2016, en la galería de Carmen Aranguren. Entonces, la pintora ofreció una arriesgada apuesta en la que quiso sintetizar sus gustos literarios y su capacidad para darles vida pictórica. Tal como si aquel recorrido, por las paredes de las salas, fuera también la trayectoria autobiográfica tan bien forjada por James Joyce en su retrato del artista adolescente. Cada uno de aquellos cuadritos, en pequeño formato, escondía, tras sus caras pintadas, las búsquedas, los titubeos y angustias latentes en las obras escritas por aquellos autores retratados. Eran muestras del interés de Silvia Cosío por compaginar una doble pertenencia, como si una sensibilidad todavía abriéndose a la vida no se atreviera a crecer sin la ayuda, a la par, de la literatura y el arte. La reflexión, la trama, el trazo y el color debían servir para conseguir el mismo fin representativo. Se trataba de un ambicioso reto, con pocos antecedentes logrados, porque a los pintores le gustan los libros, y a los literatos los cuadros, pero una respetuosa timidez les impide desbordar sus respectivos campos. Sin embargo, Silvia Cosío sí ha mantenido, otra vez, aquella voluntad unitaria en una nueva muestra pictórica en la Digallery. Y la pintora, que antes se resistía a crecer si ello la obligaba a prescindir de sus querencias literarias, regresa desafiante. Todo su esfuerzo reflexivo anterior ha dado fruto. Ha olvidado las dudas de aquella adolescente joyciana para asumir la seguridad de una artista convencida. Bastaba verla, confiada, el pasado jueves recorrer las salas de su nueva exposición para apreciar el mejor ejemplo de lo que Malraux llamó la metamorfosis del artista. La pintora se ha transformado a la par que sus cuadros. Y ahora Silvia Cosío pisa segura por los nuevos escenarios del arte porque pinta formalmente muy bien. Pero sabe, además, que esa sabiduría técnica la ha conseguido al convencerse y admitir que un reflexión literaria debe sustentar necesariamente su obra pictórica. Esa es la fuerza de su arte: haber intuido que en el oscuro trasfondo de un cuadro debe ocultarse siempre una idea madre, pero que, para transmitirla, a ella le ha tocado en suerte, moldearla con un medio único y singular: pinceles, con trazos y colores. Quizás por eso, Silvia Cosío, para llegar a tener la libertad de pensar así y, al mismo tiempo, poder pintar con esa libertad, decidió desterrarse lejos del bullicio convencional y callejero.
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