Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/El runrún en Sevilla se propaga con más facilidad que la noticia contrastada. Genera más morbo el chascarrillo que el dato confirmado por todos los cauces oficiales. Un ejemplo. ¿Cuánta gente no ha comentado estos días el brote de salmonela que entre el Sábado de Pasión y el Martes Santo dejó en cama hospitalaria a varios costaleros? Se resolvió felizmente. Pero alguna cuadrilla de prestigiosos capataces se vio con la cuadrilla diezmada por momentos. Ingresos hubo. ¡Y tanto! Todos terminaron con el alta médica. ¡Menos mal! Las cosas que pasan en una ciudad con casi 700.000 habitantes y diez mil veladores. Cada noche de fin de semana se levantan decenas de actas en negocios hosteleros por incumplimientos de normativas. Que se lo pregunten al mismísimo presidente de la asociación provincial de hostelería, señor Maceda, que sabe cuánto se ha movido la línea Verde de la Policía Local este último fin de semana. Trabajo hay por delante, don Alfonso. Aquí no se libran del runrún ni algunos taberneros de famosa ensaladilla tras tumbar a costaleros con cuerpos de gigante, como ningún empresario de bar de copas está exento de que un vecino llame a los agentes por una terraza de veladores instalada a deshoras.
En este pueblo que es Sevilla somos cuatro gatos (miau) y todavía más en el centro, donde ya son dos mal contados. No se quite usted el sayo hasta el 40 de mayo, cuando Benito Mateos-Nevado ya ha abierto la piscina del Real Círculo de Labradores, y deje de tomar ensaladilla de momento en esos sitios pregonados, pero donde los finales de botella de tinto se rellenan con el sobrante de otras y donde los ratones están dados de alta, según las genial respuesta del propio dueño cuando un cliente hace años detectó la presencia de un roedor. Nada hay que no resuelva el buen humor, verdadero amortiguador de la existencia. Por fortuna los costaleros afectados se recuperaron a tiempo de vivir al menos la segunda parte de la Semana Santa. ¡Pero qué faena!
Nada peor que sufrir un runrún de esta bendita ciudad, pocos castigos con tantísima dureza que esas sentencias que se dictan en las redes sociales, en los comentarios en voz baja o en los emitidos tras un visillo sin descorrer. Una ensaladilla en mal estado, el coche mal aparcado, una fotografía desafortunada, un velador pasada la hora de la licencia... ¡La cruel Sevilla! Y la muy hipócrita ciudad que deja de acudir a ese bar pero no le dice la verdad al tabernero. Porque aquí pocos miran a la cara. Son los silencios dolorosos de la vida cotidiana que se reproducen con precisión estos días en la plaza de toros.
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