
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La falla Pumpido
Hoy amanece el Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes en besamanos y mañana amanecerá la Esperanza en su palio, sin candelería. Se tensa la calle Feria, alfa y omega de mi Semana Santa desde que en la tarde del Domingo de Ramos se abren las puertas de San Juan de la Palma y la cruz de guía de la Amargura se echa a la calle tirando de la blanca cinta de la cofradía hasta que en las primeras horas de la tarde del Viernes Santo la Esperanza, la Virgen que no tolera adioses, entra como si no quisiera entrar, se va como si no quisiera irse, arrancada –con toda la delicadeza del mundo, pero arrancada al fin– de la mirada húmeda de lágrimas de cada uno de los cientos o los miles que llenan la Resolana, que ante la Esperanza no hay bullas, ni multitudes, ni por supuesto masa, sino individualidades, personas concretas, cada una única, con sus historias, sus memorias, sus gozos, sus duelos. Esta es la Madre del Dios que solo sabe contar hasta uno.
Las dos hermandades están profundamente ancladas desde hace siglos en esos dos barrios de imprecisas fronteras. Que, si amargurista es Feria el Domingo de Ramos desde San Juan de la Palma a Conde de Torrejón, es toda macarena desde que las cornetas y tambores de la banda juvenil de la centuria, las bocinas y la cruz de guía de plata pasan ante el azulejo de la Amargura anunciando a su barrio, como si fueran Antonia Mercé La Argentina cantando los últimos versos de El amor brujo: “Ya está despuntando el día./ ¡Cantad, campanas, cantad/ que vuelve la gloria mía!”. Nacieron las dos no muy lejos una de otra, la de la Amargura en San Julián y la de la Esperanza en San Basilio. Reside la Amargura en San Juan de la Palma hace 300 años y la Esperanza en San Gil –y en la Basílica frontera de la parroquia– hace 372. Están tan arraigadas en sus territorios que ni cuando la Amargura se convirtió en el severo silencio blanco dejó de ser de barrio, ni la universalidad de la Esperanza hizo que, como escribió Juan Sierra, dejara de ser la Virgen “allí en tu barrio guardada, / (solo tu barrio te guarde)”. Muy al contrario: convirtió en advocación el nombre de su barrio.
Quien esto escribe es tan del dulcísimo Jesús Nazareno, del Calvario y del Señor del Gran Poder como de la Amargura y la Esperanza. Pero cuantos más años pasan mi Semana Santa, supongo que por nacer donde nací, nace en San Juan de la Palma y muere en la Macarena.
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