La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Si cuanto peor, mejor… ¿cuanto mejor, peor? Cabe la pregunta, digo yo. Porque no se entiende, fuera de esta clave, que algunos irredentos de la causa no se hayan alegrado en absoluto, ni un poquito así, del extraordinario triunfo de la selección española de fútbol en Berlín. Lo hablaba hace tiempo con el inolvidable Jesús Quintero. Digo de la tristeza que causa el bien ajeno, o la alegría del mal ajeno. En algunos. Me dijo el Loco más cuerdo de la radio entonces que era la definición de envidia que daba el Catecismo, tristeza del bien ajeno. Yo recordé en ese momento lo que escribió Francisco de Quevedo sobre lo mismo. Con avidez lo oye el onubense de San Juan del Puerto: “La envidia es flaca, porque muerde pero no come”. O sea, que cuando Lamine Yamal, el jugador más joven de la selección, premiado como el mejor jugador joven del campeonato, expresó su alegría por “volver a España”, a su pueblo de Mataró, a su barrio, fue parecido a lo que El Diario Vasco cuenta de la final, con cientos de aficionados vibrando en Anoeta con los goles de “España” y sus Oyarzabal, Zubimendi, Remiro, Merino y Le Normand, junto a todos los demás que lo hicieron posible. Han logrado hacer un equipo de todos, los de aquí y los de allá. Y estos todos han constituido una familia ganadora, unida y feliz. Tristeza del bien ajeno, que pensaría Quintero. Del conjunto de imágenes inolvidables de la jornada, pocas como la del Rey don Felipe VI con la copa como para lanzarla al grupo feliz, muy feliz, de jugadores, que le extienden los brazos. En presencia de la infanta doña Sofía y de los ojos de las cámaras de TV y las de decenas y decenas de fotoperiodistas, o sea, del mundo entero. Una noche única vivida como tal en todos los pueblos y ciudades de España. Con el complemento previo del triunfo de Alcaraz en Wimbledon. El deporte español brilla al mayor nivel. Lo mismo da Nico Williams que Alcaraz, Lamine que Rodrigo, que vaya nombre más ibérico, más de la raíz de este viejo país… ¿ineficiente? Ayer todavía estaba la explosión de la alegría en Madrid y la mirada satisfecha a las televisiones que traían a nuestras casas los detalles. Es la cuarta vez que traen el triunfo europeo a casa, a esta casa común llamada España. Ni ha sido fácil ni han regalado nada. Mucho sudor para las lágrimas de la alegría. Triste es la tristeza de algunos que quisieran borrar estas páginas, los siete días de triunfo para el triunfo final, resonante e inolvidable del domingo.
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