Si España fuera un país normal...

31 de agosto 2024 - 03:07

Si uno pudiera aislarse, por un momento, del ruido incesante e impostado de la política nacional y del fango tantas veces nauseabundo de la pelea por el poder a toda costa, se daría cuenta de que los grandes problemas de España se pueden solucionar, o al menos aliviar, desde el consenso de las mayorías sociales y políticas.

Piensen en la inmigración. El presidente de Canarias, Fernando Clavijo, ha suplicado que se aborde con cordura y sentido común. Haciendo oídos sordos –como debe ser– a los ladridos de sus respectivos portavoces y talibanes, se constata que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo no están tan distantes en materia migratoria como se complacen en aparentar. Existe una amplia zona compartida de sentido común y cordura sobre uno de los problemas más serios, y potencialmente graves, que padecemos.

Los dos han venido a coincidir en lo siguiente: la inmigración regulada es necesaria para la economía española (vital para ciertos sectores y servicios e imprescindible para el futuro de las pensiones), hay que fomentar la contratación en origen (como las recolectoras de fresas marroquíes en Huelva), las mafias que controlan cayucos y pateras tienen que ser activamente combatidas, los Estados de procedencia de los inmigrantes irregulares necesitan inversiones y ayudas cuyo destino ha de ser supervisado y auditado, la inmigración irregular debe reducirse mediante la repatriación siempre que sea posible (como acaba de decidir el canciller socialdemócrata alemán junto a sus socios de izquierdas y pactando con la conservadora CDU) y los menores que llegan a territorio nacional han de ser tratados como menores, con humanidad y compasión, compartiendo la carga con las comunidades que ya no pueden más por sí solas (Canarias y Ceuta, actualmente).

Si se mira desapasionadamente, lo que separa a PSOE y PP en política migratoria son matices y detalles secundarios. Podrían alcanzar un pacto sin mayores sobresaltos ni dejaciones. ¿Por qué no lo hacen? Porque prefieren seguir instalados en las trincheras en las que se niega al enemigo el pan y la sal. Porque alimentan a los suyos con la droga de la división y la polarización que anula los grises de la realidad y todo lo simplifica como bueno buenísimo o malo malísimo. Porque en el fondo, y descaradamente, ninguno reconoce la legitimidad del adversario.

Uno de ellos no ha asumido que perdió las elecciones y el otro no ha asumido que no logró mayoría para formar gobierno.

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