La aldaba
Carlos Navarro Antolín
No había otra, ni otro
No llegó a cumplir cincuenta años, de 1633 a 1680, el historiador y coleccionista Diego Ortiz de Zúñiga, personaje ilustrado y polifacético que destacó en la sevillana sociedad del siglo XVII, ciudad en la que nació y murió. Su padre era caballero veinticuatro del Cabildo hispalense, un cargo asimilado al de regidor o concejal, con el antecedente de los veinticuatro capitanes que los Reyes Católicos tuvieron por regidores de Granada tras conquistarla. Y de él heredó Diego Ortiz de Zúñiga una importante biblioteca y una significativa colección de pinturas. Con tan solo veinte años, en 1653 una cédula real le confiere el nombramiento de veinticuatro y, como justificación de sus méritos a esa edad, en las actas capitulares se dice que “concurrían las cualidades necesarias para ser regidor de esta ciudad, por ser caballero hijodalgo, notorio de sangre y caballero de la orden de Santiago –lo fue siendo niño, desde los siete años–, hábil y suficiente para usar el dicho oficio”. En su casa solían celebrarse tertulias con hombres de letras y artistas reputados de aquel tiempo. Destacó asimismo como proyectista Ortiz de Zúñiga y algunos de sus dibujos de portadas y fachadas se utilizaron en la Iglesia del Salvador o el Palacio de San Telmo. Entre su obra escrita, tienen especial relevancia los Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla, metrópoli de la Andalucía, impresos en Madrid, en 1677, coincidiendo con una breve estancia en la corte de su autor. Ortiz de Zúñiga recogió, en ellos, memorias de Sevilla desde el año 1246, “en que emprendió conquistarla del poder de los Moros, el gloriosísimo Rey S. Fernando”, a 1671, “en que la Católica Iglesia le concedió culto, y título de Bienaventurado”. Antiguas páginas, entonces, las de esta copiosa publicación, entre las que se pueden entresacar interesantes referencias históricas, como esta de los sevillanos Caños de Carmona, registrada a finales de 1248 –pocos días después de la entrega de la ciudad de Sevilla–, para referir su origen: “El conducto de las aguas en su magnitud parece más obra de romanos que de moros; pero su materia toda de ladrillo arguye más semejanza a los segundos”, y la procedencia del agua: “Prodigioso es el nacimiento de esta agua en la montañuela que da situación fuerte a Alcalá de Guadaira”, de cuyas grutas y cuevas subterráneas llega, por acequias, hasta cerca de Sevilla, “donde está el humilladero de la Cruz”. Lugar en el que la tierra comienza a tener más pendiente y el agua “para llegar con altura competente a quedar eminente a la ciudad, y poder difundirse por ella, se va elevando encañada por este conducto, que sobre arcos cuya altura va subiendo cuando siendo más baja la tierra, corre por espacio de quinientos pasos, volando los arcos sobre fortísimos pilastrones de ladrillo”. Así, “hasta unirse a la muralla junto a la Puerta de Carmona, de que y de su camino le provino el nombre de Caños de Carmona”. Contado hace 347 años.
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