Sevillanas de los bloques

31 de enero 2025 - 07:05

Salió en el telediario y en una estupenda pieza de Sergio C. Fanjul en El País, y mi colega de página Rafael Castaño recogió la cosa en su columna más reciente para hacerla suya y nuestra: el arquitecto Pablo Arboleda y el fotógrafo Kike Carbajal han sacado un ensayo, titulado Toldo verde, que habla de donde vive la gente, es decir, de los bloques y del territorio urbano donde se extienden, donde desplegamos –“¡La sombra de Sevilla!”, rezaba el memorable anuncio radiofónico– los misericordiosos toldos del balcón o la terracilla. Si cualquier ciudad española pinta buena parte de su mapa del color bermejo y verde de estos barrios, de edificaciones no precisamente aislantes y sostenibles, y de trazados urbanísticos que parecieran odiar cualquier alivio –zonas verdes, sombrajos, banquitos, fuentes…–, en Sevilla estas zonas son, además de anchas, intensas. Por más que nos empeñemos en cantar a los patios perdidos y a las calles cada vez más cedidas a la turistificación y la usura, gran parte de Sevilla habita en los bloques. Qué bien lo supo entonar mi admirada Martirio. Y qué bien explorar mi admirada Reyes Gallegos, arquitecta y urbanista que ha sabido llamar al porterillo y le han abierto las auténticas sevillanas de los bloques, esas mujeres, vecinas nuestras, invisibles a los ojos del poder, principales usuarias del Tussam, las plazas de abastos y los comercios locales, que avanzan tirando del carro por esas inmensas superficies de asfalto. En el libro La mujer de enfrente –disculpen la autocita– contemplo a la creadora y criadora que compone la colada y tiende su bambito, el capirote o la bufanda de su equipo en el hondo ojo de patio que está en la gran parte de atrás de esta ciudad.

En Sevilla, este paisaje no solo está compuesto por lo que el cantautor Daniel Mata denomina La Periferia de Abril, sino que llega de forma variopinta hasta las mismas puertas de la ciudad vieja e incluso se filtra en algunas calles de intramuros. Muestra de ello sería buena parte del antiguo huerto de Macareno, o del arrabal trianero –el Tardón, el barrio Voluntad con esos nombres de calles (Constancia, Virtud, Lealtad, Trabajo…) que más que alentarme me agobian–, o el insólito caso de Los Remedios. Lo flipante es que Sevilla, lo que le queda de Sevilla a Sevilla, también se ha mudado hace décadas a las casitas bajas y a los bloques de extramuros. Bien podrían parecernos El Cerro, Rochelambert, Los Carteros, Bellavista, Santa Clara o El Juncal, por poner ejemplos variados, igualitos a cualesquiera otros barrios de España y, sin embargo, resulta imposible confundirlos con ninguna otra parte del mundo. “Yo me limito a decir –apuntaba en 1976 Manuel Ferrand, del que este año celebramos su centenario– que la Sevilla que se extiende pierde su aspecto pero no su carácter”. No conoce Sevilla quien no pasea a la sombra de sus bloques.

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