Sevilla sumergida

03 de julio 2024 - 03:08

Siluros de más de dos metros de largo tienen su hábitat bajo el Ebro. Pescadores deportivos compiten ahora por atrapar a estos leviatanes de agua dulce. A uno, la verdad, le produce grima y repugnancia saberlo. Nos bañamos placenteramente en los ríos, filosofando con la cita de Heráclito, y resulta que podríamos estar haciendo el muerto en superficie o nadando sobre los depredadores siluros o sobre algún que otro pez monstruoso.

Si no son los peces, otras veces descubrimos lo que el fondo de los ríos preserva durante años e incluso siglos. El fondo legamoso se convierte en museo de chamarileros. En lo peor de la sequía, con la decrecida de los grandes ríos europeos, afloraron en el Danubio, en Prahovo (Serbia), veinte buques de guerra nazis cargados de explosivos que hacían la ruta hacia el Mar Negro. Otras veces han sido unos buzos rumanos los que han dado con viejos pecios, pero del tiempo de las guerras napoleónicas. En El libro negro del Nobel turco Orhan Pamuk hay un capítulo distópico y fantasioso dedicado al fondo telúrico del Bósforo. Un periodista local cuenta entre el sueño y la ciencia cómo el contraste térmico entre el Mediterráneo y el Mar Negro estaba provocando tectónicas torsiones que hacían que el agua se fuera hacia abajo por entre rajaduras y cavernas hacia lo abisal, haciendo que el fondo marino emergiera hacia arriba hasta desecarse pavorosamente a la vista de todos. Bajo capas de erizos de mar, mejillones, percebes putrefactos y algas verde pistacho podía verse ahora el gran botín repugnante y a la vez fastuoso que ocultaban las aguas del Bósforo: miles de chapas de gaseosa, pecios de guerra, monedas bizantinas, carrocerías de Cadillacs, barriles de vino milenario, hélices de barcos siniestrados, cimitarras otomanas, relojes de cuco, pistolas y fusiles clandestinos, pianos de cola, molinillos de café, esqueletos de equinos y dromedarios, etc.

Me he acordado de todo esto al saber que un paciente recogedor, llamado Salvador Guerrero, dedica sus horas en la zapata trianera a extraer objetos que duermen en el fondo misterioso del Guadalquivir. Ha extraído ya sillas, cubiertas de coches y tapacubos, mesas, cabezas de muñecas, bicicletas de Sevici, patinetes, llaves de candados del amor, señales de tráfico y vallas color amarillo huevo del Ayuntamiento. Incluso ha pescado una vieja Mobylette y urnas con cenizas de algún finado. Siendo aún más truculentos, no sería de extrañar que alguna vez extrajera el cuerpo devorado por los barbos de algún infeliz no reclamado por nadie. Habríamos tocado fondo entonces, como quien dice.

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