¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
Al parecer, en el Ateneo de Madrid se ha celebrado un congreso antirruido con participación de personas y sufridos colectivos que comparten a) jartura, b) desesperación y c) inquina a la autoridad. Yomara García es la presidenta de JCR (Juristas Contra el Ruido), lo que para mí la convierte en adorada lideresa digna de recibir vaharadas de incienso. Pido el voto para ella en un rapto de ensoñación democrática. El Ateneo de Sevilla debería congelar los preparativos de la Cabalgata y organizar un simposio antirruido en clave local.
El ruido es como un atroz empalamiento. Su estoque entra por la entrepierna y el coxis, se bifurca astifino en los oídos, hiere la lámina del cerebro y la hace sangrar con añicos de cristales. El tabaco mata, pero nada se habla de la silenciosa mortandad que provoca el ruido (infarto, suicidio). De ahí la estrambótica sinestesia: el ruido es la silente epidemia de hoy. En Las ciudades invisibles Italo Calvino hablaba de las ciudades setenteras en las que vivir se había vuelto imposible por la contaminación y el ruido. Ojalá volviéramos a aquella regresión genuina. ¿Qué hemos mejorado de ayer a hoy?
La monserga aquella de la Piel Sensible y sus espacios libres de tráfico nos han estafado. Los soñados espacios en blanco han mudado a churretes de estruendo y ordinariez. Donde antaño la fragancia de los tubos de escape, ahora hemos de soportar las bondades de la civilización urbana: bafles de artistas callejeros, pandémicos veladores, cantatas de cumpleaños feliz, despedidas de soltería, ruido de reponedores (malditos sean y malditas sean sus carretillas metálicas), flamenquito non stop, recicladores de vidrio en furgones (esos asesinos impunes), guías turísticos con megáfono, quedadas adolescentes… Unan al rebumbio el cotidiano estruendo en obras públicas, viviendas y negocios particulares (duran lo que la película de Angelopoulos: la eternidad y un día).
No importa si usted vive por Bami o por el Juncal. A cada barrio su cuota de ruido. Quienes aguantamos la vida junto al kilómetro cero de Sevilla en la antigua Venera (hoy José Gestoso), debemos soportar la batahola crónica y exasperante donde las Setas son sólo plantas carnívoras que nos devoran y dejan como cadáveres con acúfenos. El sábado pasado, en la Velá de El Valle (la hermandad apelaba con retranca a que pasáramos un buen rato de convivencia fraterna), una tonadillera con bata de cola llenó la Encarnación con su atroz gritería. Bendije a su ya de por sí bendita madre. A su lado, las cotorras de Kramer me parecen ahora un trinar de paz y silencio trapense.
También te puede interesar