La Sevilla de Mauri

16 de julio 2024 - 03:10

Sale uno del Convento de Santa Clara con una idea firme: qué gran pintor es José Luis Mauri. Hasta ahora, lo habíamos visto velado por su propia humildad. El conocimiento de su obra siempre ha sido fragmentario para muchos sevillanos: un cuadro en una exposición colectiva, otro en un piso particular, alguna foto en un catálogo... También sabíamos por artículos y conversaciones de su importancia en el ambiente pictórico de la Sevilla de la segunda mitad del siglo XX: su amistad con Carmen Laffón, Joaquín Sáenz, Burguillos y otros habituales del Club la Rábida o su labor docente en la Facultad de Bellas Artes bajo la batuta de Pérez Aguilera. Además, y eso lo comprobé personalmente cuando lo entrevisté en su piso de Los Remedios, teníamos constancia de que, sobre todo, José Luis Mauri era una persona querida por su bonhomía, algo más importante que cualquier habilidad mecánica o intelectual. Todo esto, como decía, lo sabíamos muchos de los que por edad o por despiste no vivimos su época más fecunda. Sin embargo, uno sale de la exposición antológica que el Ayuntamiento le ha dedicado en Santa Clara con la idea de que Sevilla ha tenido a media luz a un gran pintor, a un artista que la retrató con un afecto muy especial –diríamos que barojiano– fijándose en sus paisajes más periféricos, semiurbanos, allí donde el campo y ciudad se confunden: la noria de Heliópolis, la Cuesta del Caracol, la Venta Pilín, el cortijo de los Pickman, la Cava de los Gitanos, el parque de los Príncipes o el de María Luisa, las vistas desde el estudio de la calle Castellar... reflejos de una Sevilla fauvista y postimpresionista que aún reconocemos aunque hace ya tiempo que desapareció. Aparte están sus cuadros de Conil (arcadia del veraneo, paraíso terrenal de chozos, chumberas y pastos resecos junto al mar), sus retratos familiares y, en definitiva, su visión deliberadamente ingenua de un mundo en el que, pese a todo, merece la pena vivir.

José Luis Mauri. Pinturas, que se puede ver hasta el 22 de septiembre, no solo es una gran exposición, sino también un acto de justicia hacia un artista al que consideramos como uno de los fundamentales de esta ciudad. Y, que sepamos, el mérito, más allá del autor, se debe a dos personas: al comisario Juan Lacomba –impagable su labor por la historia del arte de la ciudad de los siglos XIX y XX– y al director de la Programación Cultural del ICAS, Fernando Mañes, que ya mostró interés por Mauri en su época de galerista. Quien dijo que Sevilla en verano es un desierto es que no se entera de nada.

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