De cómo Sevilla domó a su rio

19 de noviembre 2024 - 03:07

Sevilla tardó siglos en domar a un río que periódicamente invadía la ciudad en riadas catastróficas que le costaban muerte, destrucción y difíciles reconstrucciones. Cuando por fin lo consiguió, ya bien entrado el siglo XX, todavía tuvo que soportar una puñalada por la espalda con el desbordamiento del arroyo Tamarguillo en noviembre de 1961. Aquel episodio –todavía viven muchos sevillanos que pueden dar testimonio en primera persona– quedó en la memoria colectiva tanto por las consecuencias de la avenida de aguas, que anegaron todas las zonas bajas, como por la tragedia que ocasionó la caída de una avioneta sobre la multitud que esperaba a la entrada de la ciudad la caravana de ayuda de la Operación Clavel, organizada por el locutor de radio Bobby Deglané.

Para que el Guadalquivir dejara de ser un mensajero periódico de destrucción hubo que acometer grandes obras, como las cortas de la Cartuja y San Jerónimo o el muro de defensa, que alejaron el curso de agua del perímetro urbano. El río que bordea el centro de Sevilla, en el que hoy los turistas se hacen miles de fotos cada día, es un plácido estanque con principio poco más allá del Huevo de Colón y final junto a la base de El Copero y que sirve, sobre todo, para albergar el único puerto interior de España, un factor de riqueza que la ciudad nunca ha sido capaz de desarrollar lo suficiente.

Siempre se dijo que los sevillanos vivían de espaldas al río porque en la memoria colectiva habitaba el miedo a las riadas. Así fue hasta que la ciudad dio en 1992 el giro que le trajo la modernidad a finales del siglo XX. La Expo tuvo, entre sus muchas cosas buenas, la conquista del Guadalquivir, de su cauce histórico, como lugar de esparcimiento. Pero fueron las autoridades las que entonces decidieron ignorarlo y así hasta hoy. El aspecto lamentable que presenta el Paseo Juan Carlos I o, en la margen derecha, el deplorable estado de la ribera de la Cartuja dan buena muestra de ello.

Proyectos ha habido un montón y todos se quedaron en los cajones del Ayuntamiento. Desde la playa urbana que ensoñó Alejandro Rojas-Marcos, el alcalde más imaginativo y megalómano que ha tenido Sevilla en las últimas décadas –ahí está el mal llamado Estadio Olímpico para dejar constancia– hasta la línea de vaporettos que llevó Zoido en su programa para conectar la zona universitaria del Sector Sur y San Jerónimo con el centro.

Hoy, con la tragedia de Valencia todavía en carne viva, es oportuno evocar la lucha que libró Sevilla contra las avenidas del Guadalquivir, algo que como toda la historia de la ciudad ha quedado perdido porque nadie se ha ocupado de mantener vivo el legado del pasado. Y el río es, en una buena medida, el hilo conductor de la historia de Sevilla, tanto el que mansea dócil junto a la Torre del Oro como el que baja las aguas camino de Sanlúcar por la Vega de Triana. Ha sido testigo y protagonista de todo lo bueno y todo lo malo que nos ha pasado.

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