
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El encanto de las prohibiciones en Sevilla
La aldaba
En Sevilla hay un catálogo de desahogados como para ir sacando varias ediciones. Gente que no tiene reparo alguno en incurrir en ciertos descaros. El analista cursi diría que se han normalizado ciertas conductas que en otros tiempos eran censurables, pero vivimos en una sociedad en la que alguien te invita a sus cumpleaños con una tarjeta donde se fia el precio de la asistencia en 30 euros por persona. ¿Pero no es una invitación? Hay desahogos socialmente aprobados, como hay otros que son criticados en voz baja porque nadie quiere ponerle el cascabel al gato. Miau. Hemos sufrido recientemente varios actos de desahogo más que notables. No me dirán que no hay que ser desahogada para endilgarle a la Real Maestranza una piltrafa de cartel de la temporada taurina que para colmo no era ninguna exclusiva porque estaba ya expuesto en el Guggenhein. Y encima la autora, la pintora austríaca Martha Jungwirth, ni compareció en el acto de presentación. Miquel Barceló es otro desahogado que ya ha dejado esperando a dos alcaldes de Sevilla que le han concedido honores. No se molestó en recoger el premio taurino que le concedió Espadas, ni vino para presentar el cartel de la Bienal que le pagó Sanz. Doble desprecio. Pero como somos unos catetos nos callamos, nos conformamos y no queremos dar la nota, cuando la damos con el silencio cobardón. Hay que ser cuarto y mitad de desahogado como el alcalde para responder en El País, cuando le preguntan si son éticos y estéticos los gastos con dinero público en sobresueldos, autobuses para mítines y comilonas, que “unos más y otros menos, evidentemente”. ¿Oiga, operadora, sigue usted ahí? Y en la misma entrevista alude a que si hubiera algún delito ya “habría prescrito”. Desahogado es otro concejal que yo me sé que no acudió a un acto privado con alto rango institucional, pero estaba en el bar de enfrente con los pantalones chinos y la camisa fresquita. Le importó un pepino que se le viera en un gesto de descaro y de falta de respeto hacia empresas que crean puestos de trabajo. Desahogados fueron los gobernantes municipales que dejaron abandonada la ciudad en la Madrugada de 2015, como lo son quienes abusan del espacio público y colocan veladores que embisten fachadas históricas del centro. La Sevilla desahogada tiene la particularidad de que sonríe, se hace perdonar y puede hasta resultar graciosa. Aquí el pícaro goza de cierta indulgencia. Desahogados hay que fuerzan invitaciones a bodas y fiestorros para estar donde les va la vida en estar, cuando en Sevilla en realidad cotiza la ausencia. Miren a Barceló (con cola), el pintor que cobró del Ayuntamiento sin aparecer. Es un desahogo productivo. Otros son... sonrojantes.
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