La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Icónica, la nueva tradición de Sevilla
Hay paralelismos evidentes entre la Guía secreta de Sevilla de Antonio Burgos y este Sevilla. El pretérito perfecto, de Ignacio Camacho, que ahora tengo en las manos. El primero, publicado en 1974 por una enigmática editorial, Al-Borak, reflejaba las tensiones sociales del tardofranquismo en una ciudad aún agraria y con corrillos de trato en las puertas del Mercantil. El segundo sigue esta senda, pero aplicada a una ciudad postmoderna y de servicios a punto del colapso, como bien analiza su autor, debido a la turistificación, la ausencia de sociedad civil (más allá de magnas y cofradías), la nueva ola de especulación urbanística y la inacción de sus élites. De fondo, en ambos libros, aparece la Sevilla aparentemente inmutable, con sus ritos y códigos, su búsqueda del futuro en el pasado, su ombliguismo y su eterna melancolía por perder la Casa de la Contratación.
Es curioso, Ignacio Camacho se emplea a fondo en desvelarnos esos trampantojos con los que la ciudad barroca engaña nuestros sentidos y memoria, cuando su libro es precisamente eso, un puro trampantojo sevillano. Y de los buenos. Me explico. El libro, soberbiamente editado por Tintablanca, parece en principio una guía para viajeros sibaritas y exigentes que buscan algo más que abacerías de cartón piedra y flamenco garrafa. Sin embargo, solo hay que leer unos párrafos para darnos cuenta de que estamos ante un libro escrito por un sevillano para los sevillanos, que se inserta en esa tradición en la que autores como Blanco White, Cernuda o Romero Murube proclamaron sus particulares “me duele Sevilla”, monedas que no se entienden sin sus reversos del “amo Sevilla”. En definitiva: “Odi et amo”, Sevilla mía.
La importancia de este libro –ya inserto en el canon de la mejor literatura sobre la ciudad– no se comprendería sin las ilustraciones de Ricardo Suárez, artista y hombre de mil saberes. Muchas de estas obras ya las conocíamos de aquella exposición, Vanidades, que el autor celebró en Cajasol, pero parecen realizadas expresamente para el libro, tal es el buen maridaje que hacen con los textos de Camacho. Suárez, conocedor profundo de la Sevilla más herida por su pretérito perfecto, nos ofrece unas viñetas entre la ironía y el homenaje, lo conceptual y lo figurativo, lo rancio y lo pop, lo crítico y lo celebratorio. Son estas obras, unidas a un riguroso trabajo tipográfico, lo que le dan al volumen su carácter de joyel bibliográfico.
Buena collera la de Camacho y Suárez. Y excelente este Sevilla. El pretérito perfecto. Su último capítulo, La ciudad inevitable, debería ser de obligada memorización para todos aquellos que tienen alguna responsabilidad política en la ciudad. No caerá esa breva.
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