La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Varias ciudades de España aspiran a ser Capital Europea de la Cultura para el año 2031, entre ellas, Jerez. Muchos jerezanos, dejados llevar por la apatía, miran con escepticismo el reto. Otros, chovinistas acostumbrados a presumir por todo y por nada, alardean de forma obtusa de que Jerez no necesita nombramientos ni reconocimientos para ser lo que es. También los hay que quieren convertir Jerez en una especie de marca blanca, una ciudad escaparate que lejos de distinguirse se adapte a los gustos comunes actuales (ya saben, el Jerez inclusivo, la Agenda 2030 y demás vacuidades). La candidatura no debería de servir para disfrazarnos de lo que no somos sino para conseguir ser mejores, más cultos.
Yo no sé cómo se hace una ciudad más culta de la misma manera que no sé cómo se hace a alguien mejor persona, pero, tanto en una cosa como en otra, yo empezaría por los cimientos y por la ejemplaridad. Los cimientos son nuestros valores culturales y muy en concreto el hilo vertebrador del vino de Jerez: su arquitectura propia, su lenguaje particular, su maltratado paisaje, su sistema de creación de criaderas y soleras, sus oficios y cuidados aprendidos de generación en generación, su mística, su mundología, su voz sentida que es el cante flamenco, sus expresivos silencios, su olor subyugante. Su reivindicación de lo viejo, lo lento y lo sabio ante un mundo que padece el edadismo y exalta la inmediatez, la falsa juventud de quirófanos y gimnasios. Sí, Jerez debiera ser una ciudad bodega cubriendo sus calles con la sombra sabia de las parras. Los jerezanos debiéramos compartir el espíritu inspirador de nuestro vino y volver a ser universales y únicos. Elegantes y sabios sin impostaciones. Ricos en perseverancia, sensitivos y hondos. Naturales.
La ejemplaridad, labor de todos y cada uno de nosotros, de lo público y lo privado, la tenemos que construir para futuras generaciones. Hay que empezar por querer y respetar a nuestros artistas. Por tener un museo digno. Por tener la sinceridad de reconocer que no todo es arte ni cultura, que lo vulgar empobrece y destruye lo verdadero. Por tener criterio. Por no escatimar un euro ni tirar un céntimo. Hay que mimar a las bibliotecas y custodiar el archivo que es nuestra historia. Hay que conservar nuestro patrimonio como algo vivo que nos hace. Llegar a admirar una ciudad es la forma más rendida de quererla. Cultivémonos.
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