29 de julio 2024 - 03:07

Nos quieren vender la investigación de una causa penal que, como todas, ha de estar presidida por la presunción de inocencia y demás garantías constitucionales, como una guerra entre buenos y malos. Una batallita entre mártires de una causa sin causa y un juez que no se despeina por investigar al círculo más cercano a la Presidencia del Gobierno y que está haciendo, todo hay que decirlo, una instrucción bastante rarita.

Para darle emoción a este entramado de serial televisivo han metido por medio la inestimable colaboración de rectores de una empobrecida universidad y empresarios amantes de amistades peligrosas. La banda sonora, bastante previsible, es interpretada por un coro de voces periodísticas de uno y otro signo subrayando los momentos más álgidos de la batalla. Como efectos especiales recurren a las olas de calor para que todo resulte más atosigante y a una especie de leitmotiv cuya letanía invoca siempre a la máquina del fango.

Como toda serie que se precie, pretende ser compleja y deja todos sus capítulos con un final abierto. Nadie conoce a priori lo que declararán los rectores, si defenderán a la maltratada universidad o se defenderán a sí mismos; si el empresario será capaz de fingir torpeza y dar pistas; si el actor principal declarará en un discurso en el que resplandezca su amor o escribirá una carta (le gusta hablar por escrito) al juez y al público en general cuyo juicio paralelo aún no está decidido. Nadie conoce, ni el propio guionista, el número de capítulos ni si habrá una o varias temporadas. El espectador llega un momento que se siente utilizado, harto de tanto giro predecible.

Lo peor es que al final de cada capítulo sale una leyenda que dice que la serie está basada en hechos reales, pero yo no me lo creo. El guion hace aguas. No hay máquina del fango que pueda inventarse una cátedra para quien no tiene méritos ni un máster para quien utiliza a una universidad que se deja utilizar ni unas relaciones comprometidas con quienes siempre están dispuestos a beneficiarse ni unas cartas de recomendación cuya lectura sonroja. Tampoco hay gobierno que sea capaz de destruir a un juez íntegro y exquisito que haga su trabajo de manera impecable por más que se pretenda atacar a su reputación. No hay presión que pueda con el imperio de la ley si se hacen bien las cosas.

En esta serie de segunda todos los partícipes están fuera de contexto. Es fácil prever que nadie se va a creer el final, sea el que sea. Nadie.

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