La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Hoy empieza el año. Se evidencian ciertas crueldades como el orillamiento secular de los polvorones de limón, las botellas de Dubois quedan en el destierro del altillo de la despensa para hacer sangría en verano, y la carne rellena se queda congelada después de que no hubiera quien le pegara el descabello en esa cena que requirió de Almax Forte para conciliar un par de horas de sueño. Hoy se reencuentra usted con la bendita monotonía en la que siempre habrá un tonto que le propondrá una comida de Navidad que se quedó "pendiente", que suena a asignatura dura de la que hay que examinarse en septiembre. Hoy comienza todo. La más que previsible vuelta a ciertas restricciones, los nuevos precios aprobados por el Gobierno y la espera del vacío que nos amenaza, al menos, en el primer semestre en una ciudad privada de sus principales citas, tan importantes en lo emocional como en el PIB. Nos quedan meses por delante sin asideros colectivos, que no son otros que las fiestas mayores. Cada cuál tendrá que gestionarse sus agarraderas para la zozobra que resta. La ciudad como tal se ha declarado en suspensión. Demasiado tiene ya el Ayuntamiento con atender a los ancianos del incendio y mantener los servicios municipales que permiten que Sevilla sea cada mañana una urbe en funcionamiento. Aquí el reto será individual. Usted frente a la cuesta de enero de la pandemia. Usted sin el aliciente de una primavera de saetas o farolillos. Usted sin un verano garantizado de momento. Usted y los suyos a punto de cumplir el primer año de restricciones, limitaciones, muertes y amenazas, lo que no ocurría desde 1939. ¡Un año completo! Usted tendrá que aguantar el tirón en su puesto de trabajo, su negocio, su actividad de autónomo, su despacho, sus tejemanejes... Usted ante el espejo medirá sus fuerzas. Tendrá que resoplar e imaginar un mundo mejor gracias a su fe, a la Esperanza o a su simple intuición. No podrá fijar sus ilusiones en ningún puente festivo, sino en el mero hecho de tener trabajo. Y, sobre todo, aunque nadie se lo diga, en haber superado nada menos que el 2020. A usted le dirán como el capataz de la Amargura a sus costaleros, cuando están ya agotaditos y oyen la orden: "¡Venga de frente! ¡Hay que seguir, hay que seguir!". Y usted seguirá trabajando, esperando, soñando, callejeando, a la búsqueda del mamut de cada día en su oficina, en el centro, en los barrios, en otras ciudades. Porque en el fondo ese capataz tiene toda la razón. En la vida hay que seguir, siempre hay que seguir. Y cuando crea que ya no puede más, hay que seguir. Peor lo tiene el polvorón de limón. Y esa carne...
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