Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
La palabra sátrapa no carece de sinónimos en español: tirano, cacique, déspota, autócrata... cada uno con su matiz correspondiente. La fuerza del esdrújulo y su sabor oriental la hacen preferible cuando debe alternar con la potente acentuación aguda y la mahometana sugerencia de sultán.
En el negocio del Sahara cada uno de los dos protagonistas y compinches se ha comportado como lo que es. Mohamed VI como un sultán de los viejos tiempos que se pasa el derecho internacional por el forro de la chilaba y atiende a los intereses de su reino, indiscernibles de los de su persona y dinastía. Pedro Sánchez como el tirano que desde hace tiempo -al menos desde el inicio de la pandemia- gobierna una nación europea con formas propias de una satrapía persa, con carta blanca para todo género de abusos siempre que no se desobedezca o irrite al rey de reyes (y aquí coronen ustedes el poder internacional de su preferencia). Como ha señalado el ex ministro de Exteriores García-Margallo, la actuación de Sánchez en la renuncia de la posición española sobre el Sahara ante Marruecos, desborda con mucho las capacidades de un presidente del Gobierno y nos sitúa de lleno en la simple autocracia. Autocracia que se permite tratar un asunto de máximo riesgo nacional como una mera cuestión privada que se resuelve con una carta sobre cuyo contenido no ha sido informado ni tan siquiera el Consejo de Ministros, por no hablar del Congreso, sus socios, la oposición o, casi con seguridad, ni el propio Felipe VI. La responsabilidad de su acción sólo le será imputable a él, al sátrapa, pero las inevitables consecuencias de semejante gesto de despotismo las pagaremos todos los españoles.
El desconocimiento de la Constitución, de las leyes, del Rey, del Parlamento, de su propio partido y de la simple realidad de que continuamente hace gala este personaje, con gravísimas condenas y fracasos sin número que habrían hecho dimitir a cualquier Gobierno democrático, justificaría de sobra una acción concertada de los poderes del Estado que terminara con esta pesadilla. El sátrapa que, tras perpetrar una de las peores gestiones de la pandemia a nivel mundial, amenaza con llevar a la ruina a la nación y nos arrastra ahora, con sus erráticas decisiones personales, a una intolerable exposición en una de las zonas de más riesgo del planeta, no debería mantenerse en el poder ni un día más.
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