Una santidad sin altares

12 de diciembre 2024 - 03:07

Al II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, organizado en Sevilla, no pudo venir el papa Francisco. Acudió monseñor Edgar Peña como enviado suyo. También estuvieron presentes eminentes cardenales, reconocidos teólogos y expertos en el culto, la formación, la caridad, el patrimonio, el arte y todo lo relacionado con la piedad popular. En contra de lo que dicen algunos, que no han sido vistos en las sesiones celebradas, el Congreso deja importantes aportaciones para la reflexión, y no se ha quedado eclipsado por la procesión, ya que todo formaba parte de lo mismo. También hubo cultos muy solemnes, adoración eucarística, besamanos, exposiciones, conciertos, etcétera. Y un momento muy especial, que fue el día que vimos a una santa a nuestro lado. No era una santa de altar, sino una santa viva.

Era la última ponencia. En el programa no figuraba su nombre. Era una hermana de la Cruz, humilde, pobre, con el carisma que dejó marcado Santa Ángela. Su nombre religioso es María del Redentor de la Cruz, superiora de la casa de Roma, a la que acompañaba otra hermana. Ambas se apartaron de los focos, renunciaron a un lugar preferente en la misa. Había llegado para decir verdades de las que duelen.

Las Hermanas de la Cruz son uno de los tesoros espirituales de Sevilla, precisamente porque son pobres y ayudan a los más pobres. En su intervención, la hermana aportó datos. Recordó que mientras España es cada vez más rica, hay cada vez más pobres. Recordó, pero no lo dijo así, que mientras las hermandades realizan una gran labor de caridad, acción social y solidaridad, que mientras aportan dinero y esfuerzos, tenemos los barrios más pobres de España. ¿Por qué no se soluciona esa vergüenza para Sevilla?

Sin decirlo, al manifestar lo que ellas hacen, dejaron claro que la caridad no es dar unas moneditas que nos sobran. La caridad es estar con los que nos molestan, con los pobres, con los presos, con los drogadictos, con la madre que no quiere abortar, con los inmigrantes, incluso con los sucios de cuerpo y de espíritu. Y no sólo para lo material, sino también para sanar en lo espiritual, para convertir con el testimonio.

Besar las manos, besar los pies, no sólo de las imágenes, sino de los pobres. Son santas de carne y hueso. Al final le dieron una ovación de varios minutos, que acogió como refugiada en sí misma. Era una mujer de otro mundo. Había llorado la hermana, y también los presentes. Con una diferencia: le damos nuestro cariño a las Hermanas de la Cruz, pero no somos como ellas, que entregan la vida por amor.

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