La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Por dónde entra el sanchismo en Sevilla
Que llueva, que llueva... Nos hace falta agua para los campos de mi Andalucía. Agua para los calvos, que se dice con guasa y que hasta diría la vicepresidenta Montero en referencia al gallego Tellado. Agua, mucha agua, que tiene toda la razón el presidente Moreno cuando asigna prioridad máxima al problema de la sequía y se marcha a Europa a tratar el asunto. Agua para los pantanos cuanto antes. Y que salgan los carteles. Los carteles en plural, que estamos hasta la tonsura del cartel en singular. ¿A alguien le falta vela en el entierro del cartel? Nadie podrá decir que Sevilla es una ciudad aburrida. Somos como somos. Y encima nos enojamos cuando nos dicen cómo somos. Es la mar de entretenido comprobar estos días de cartelitis aguda que a mucho personal le importa un pepino la obra, sino estar en la polémica por el mero hecho de estar. Hay quien pilla vela en el entierro al minuto uno, quien espera a ver quién la pilla primero, quien aguarda hasta conocer los movimientos de los segundos, quien está deseando que se la ofrezcan y entra en pánico porque nota el vacío, quien coge todo un cirio y se quema la mano... Es la hora de los sociólogos y hasta de los antropólogos. ¿Recuerdan el lema del Habla, pueblo habla? Al sevillano modo sería Larga, pueblo, larga. Lo de menos es el cartel, lo importante es ajustar cuentas con el interior de cada uno o por otros espurios motivos. Los clásicos ya distinguían entre el logos y la doxa. La doxa no es una marca de desodorante de 48 horas de duración, ¿verdad canciller y muy macareno Morillas?
Somos intensos como ciudad, muy intensos en el sota, caballo y rey. Tenemos tendencia al vodevil y capacidad para que nuestros embrollos tengan eco nacional. ¡Hasta Ussía ha escrito del cartel! Salustiano merece por lo menos que le dediquemos una parada de Metro. Nos ha desnudado, dicho sea en el habla cursi de los pregoneros. El pintor ha provocado que se evidencien los roles varios: el agazapado que sale a opinar con el nervio de una escaramuza, el que se hincha de orgullo porque cree que el cartel es un triunfo para su causa, el que no sabe estar en silencio o esperar su turno, el que te confiesa que no está de acuerdo con tu opinión y lo expresa a la defensiva, como si fuera una cuestión personal ... Y, sobre todo, el que la pilla y no la suelta ni con agua caliente, más pesados que el disco de un cantautor en bucle. Si usted no ha dicho nada del cartel o no le han preguntado a estas alturas de la barrila es que genera menos interés que un penitente detrás de un palio en una cofradía de ruan. La esperanza es que Ramón Valencia presente pronto los carteles en plural, los de los toros. Que llueva mucho y que don Ramón no tarde.
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