Todo lo que era sagrado

24 de diciembre 2024 - 03:08

Desde que fuera acuñado por Weber, el concepto del desencantamiento ha sido referido a distintos órdenes de las secularizadas sociedades modernas, a veces en sentido positivo, para celebrar la primacía del pensamiento racional sobre los dogmas, y otras en un sentido negativo que –sin cuestionar lo anterior, pues se trataría de una consecuencia no necesaria o indeseada– describe a la humanidad desarraigada de nuestro tiempo. Del mundo mágico del animismo, gobernado por fuerzas desconocidas, habríamos pasado a las diferentes formas de religión institucionalizada, amparadas en doctrinas salvadoras, y de ahí al vacío posterior a la desaparición de la trascendencia. En línea con las ideas ilustradas, solemos celebrar el triunfo de la ciencia sobre el oscurantismo, pero son muchos los pensadores que advierten contra la pérdida de las raíces espirituales o desconfían de la Razón con mayúscula, asociada a la diosa de los aciagos días del Terror que tan bien simbolizan los excesos derivados de su culto. La proclamada muerte de Dios inauguró una realidad fragmentada, la tierra devastada o baldía del poeta, cuyos habitantes sobreviven, desde la perspectiva de los creyentes, en la orfandad y el desamparo, pero nuevos ídolos han sustituido a las imágenes veneradas en los templos. La entronización del mercado, el surgimiento de las seudo-religiones políticas, el imperio de la técnica y una obsesión cientifista que linda en ocasiones con la hechicería, son manifestaciones de ese desplazamiento que proscribe la espiritualidad y sustituye la comunidad de los afectos, basados en el trato pero también en la herencia, por una sociedad despersonalizada y hasta cierto punto poshumana. Todo lo que era sagrado se ha reducido a folclore e incluso las festividades han sido vaciadas de contenido, convertidas en hitos banales y desprovistos de alma. Por supuesto, cabe adoptar una posición de resistencia y en nuestro ámbito particular, al margen de las creencias personales, podemos seguir siendo fieles al misterio, encarnado en los valores de la fe, la tradición, el mito o la poesía. Aunque desactivada y en buena medida sometida a los imperativos del consumo, la celebración de la Navidad es uno de los pocos reductos de un mundo antiguo que remite a la infancia y nos religa a uno de los momentos fundacionales de nuestra cultura, en la que la hermosa y conmovedora historia del nacimiento de Jesús ha inspirado un sinfín de evocaciones memorables. Podemos disfrutar de ella sin ir más allá de la historia, pero el encanto de la fiesta es inseparable de su sentido profundo.

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