La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La sanidad funciona bien muchas veces en Andalucía
Sevilla/En la margen del río de Sevilla se organiza cada mañana la ruta del colesterol. Es el gran paseo de la ciudad, desde las oficinas del Puerto que preside Rafael Carmona, el FlequiFlequi, hasta la escultura conocida como el Huevo de Colón que nos evoca al 92 que perdimos y a algún que otro robo de chatarra. Por la ruta van señoras y señores a pie a la velocidad que, dicen, es cardiosaludable, con el chándal que les regalaron los reyes magos. También se ve a corredores que son más que aficionados y a viandantes orondos con el perrito y de paso parsimonioso. Los señores de las bicis usan el carril especial de maderas al que de vez en cuando se le salta una y provoca un molesto tableteo de metralleta antigua. El Puente de Triana une las dos orillas con los candados en las barandas porque el personal imita las costumbres de fuera, se declara amor eterno al dejar el chisme allí colgado o sabrá Dios qué es lo que se profesan. Qué más da. El caso es que hay que tomarse la molestia de ir con el cortafríos con frecuencia para que aquello no sea un desmadre. En la otra margen, en la preciosa calle Betis, el mejor mirador hacia Sevilla, está organizado un aparcamiento de bicis y patinetes que pide a gritos la intervención de la Policía Local. Qué horror, qué horror, que diría Soledad Becerril. Cada vez es más difícil sentarse un domingo junto a la baranda a contemplar una de las fachadas más hermosas de la ciudad. Casi mejor es recorrer el puente y tirar hacia la derecha para adentrarse en el acogedor mercado, una plaza de abastos que es modelo de renovación.
Hay que avisar al dilecto Manuel Alés, concejal delegado del Distrito Triana, para que emita el parte oportuno. No podemos dejar que tan hermosa calle se convierta en un trastero de chismes. Porque hay demasiadas calles y plazas que lo parecen, como la del Salvador, donde cualquier día, tal es la presión de los veladores, hay que poner vallas para que haya una suerte de carril que nos permita, por ejemplo, comprar el ejemplar de Diario de Sevilla en el quiosco de don Juan Dávila. La colección de chirimbolos y cachivaches va en aumento. Que no solo es la culpable cierta hostelería, oiga. Que la culpa no es siempre de los bares cuando hay calles invadidas por pizarras, arañas, maceteros y, por supuesto, mesas y sillas. Que ya se ve en la misma calle Betis cómo se usa la bancada de piedra hacia la zapata del río para aparcar los vehículos de transporte amarrados a la baranda.
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