Ruinas posmodernas

28 de junio 2024 - 03:08

Un poeta actual que intente, sin saber ni poder, emular a los poetas del ultra (hubo un tiempo en que ser ultra era algo maravilloso, cero mamón y, por cierto, sevillanísimo), o de cualquier otro ismo, resulta más triste y casposo que si intentara escribir sonetos gongorinos. Pues chispa más o menos sucede con los vestigios de otro tiempo: lo que ha quedado de la Expo 92 nos resulta infinitamente más demodé que lo que nos quedó de la del 29. Que no hay cosa que cause más impacto que una ruina posmoderna, incluso futurista, lo sabían los creadores de El planeta de los simios: la imagen de la Estatua de la Libertad revoleada en una playa da mucha más jindama que el Drácula pintado a pistola de Francis Ford Coppola. Por eso hay que tener cuidado al proyectar los ensanches y transformaciones de las ciudades, y por eso me convenzo de la importancia de planificar, con razón común y pensando primera y principalmente en sus habitantes, el diseño de la Sevilla presente y la que está por venir. Los grandes eventos de Sevilla la impulsaron, mas no se puede seguir impulsando la mejora de una ciudad a golpe de gran evento. Ni tampoco dejar que la diseñe la especulación y la usura.

A este respecto, ¿qué Sevilla del porvenir se está pensando o construyendo desde el ahora?, ¿para quién y qué se está pensando la Sevilla que viene? De los grandes proyectos para la ciudad conozco lo que ustedes, tanto de lo que se concibe como de lo que tarda décadas (de reloj) en ejecutarse. El balance no es para tirar cohetes. La vertebración e interconexión de la ciudad es uno de nuestros sumos ridículos. Que el metro no pase por Santa Junta ni el tren por el Aeropuerto, o que entre estaciones no haya manera de llegar de modo directo y sensato, es para que se nos caiga la cara al suelo. La cantidad de plazas duras de Sevilla es de majaderos. Por no hablar de la inexplicable previsión de avenidas con árboles de cobertura cerrada de copa, que bajarían entre ocho y diez grados la temperatura en verano. Las fatiguitas de la Sevilla de hoy son el fruto amargo de las decisiones que se han ejecutado –y de las que se han dejado de ejecutar– durante las últimas décadas, del mismo modo que los avances en la ordenación de la ciudad que debemos a Olavide, o la ciudad de Aníbal González, la continuamos disfrutando hoy. La Sevilla que se está gestando ahora determinará la Sevilla que viene. Y su resultado, me malicio, será pobre. Pobre para quienes aquí hacemos nuestra vida. Dense un paseo intramuros, computen en qué se han convertido sus locales, sus aceras, su paisanaje sin paisanos. Dense un paseo extramuros, y aprecien si hay una ciudad prevista, si acaso es la mejor que cabe pensarse, o si será ruina al día siguiente.

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