
El balcón
Ignacio Martínez
Póngale un arancel personal a Trump
Envía un amigo la fotografía de las ropitas de monaguillas, colgadas, como debe ser, de la estantería de una librería, de sus nietas gemelas. Y todo cobra el sentido que sobreinformación a sobreinformación, horterada a horterada, demasía a demasía que hace ordinario (en la tercera acepción de la palabra) lo extraordinario están quitando a este conjunto de cosas privadas y públicas, personales y colectivas, divinas y humanas, santas y no santas, al que llamamos Semana Santa. Son las primeras ropitas que vestirán en la cofradía de sus padres, de sus abuelos y de sus bisabuelos. A este amigo le dan igual las polémicas en las redes, los cotilleos del Sálvame cofrade, los errores o los aciertos que se cometan. Está en lo que hay que estar: en su hermandad, en su cofradía, en la devoción a sus sagrados titulares, en la visita frecuente a su capilla, en las túnicas colgadas en su casa a las que este año se han sumado las ropitas de monaguillas de sus nietas, en la alegría del amanecer de un día de Semana Santa –no diré cual para preservar su intimidad– que es distinto a todos los otros días, ese día grande, único, en el que lo vivido todo el año –y esto es lo más importante– aflora unas pocas, gloriosas horas en las que bajo un antifaz se vive toda una vida y todas las vidas de cuantos ha querido y le han dado el don precioso de la devoción a sus sagradas imágenes y del anclaje a su hermandad y cofradía.
Este amigo es ese cofrade del que habló Romero Murube en su pregón que, por cierto, se editó con una portada que tiene mucho que ver con él: “Siempre me ha llamado la atención la confianza respetuosa del cofrade con su Dios y con su Virgen. El sevillano, que ha metido, por medio de la Cofradía, a Dios en su vida más vulgar y cotidiana, que lo lleva en la cartera, y lo tiene en la tienda del barrio, y en el zaguán del hotel, y en la esquina de la calle, tiene hacia la divinidad un respeto matizado por una sublime familiaridad que sólo puede nacer a través de la Cofradía”. Pronunció Romero Murube su pregón el 19 de marzo de 1944. El próximo miércoles hará 81 años. En Sevilla han cambiado muchas cosas para bien y unas pocas para mal. También en su Semana Santa. Pero lo esencial, lo que le da sentido, su fundamento, la raíz cristiana y sevillana sin la que se secaría, no ha cambiado. Al menos para quien la vive con un corazón tan limpio como el de mi amigo.
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