Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
Sevilla/El pasado fin de semana fue el del verdadero inicio del año. Ahora es cuando comienza el tiempo nuevo, como dicen los cursis imitando a Felipe VI en su proclamación, que no coronación. El feísmo que nos invade incluye por supuesto el lenguaje. La gente te anuncia su cambio de trabajo, de estado civil o el estreno de la paternidad con una solemnidad y un boato irrisorios. Cuesta trabajo mantener el semblante serio ante ciertas comentarios. “Voy a ser padre, pero no digas nada porque no es oficial”. ¿Oficial? “Me he comprado una segunda casa, pero no lo he hecho público, sólo lo sabes tú”. ¿Dará el comprador un comunicado por medio de un despacho de abogados de esos que llevan el signo & en la placa y están especializados en cualquier disciplina terminada en ing? Pues en el comienzo de año al que nos referíamos se llenan la despensa y el frigorífico, este año con el aceite de oliva Virgen Extra como producto de lujo. Y los berberechos, como siempre, por las nubes, salvo las latas de marca blanca donde se especifica que el contenido oscila entre los 30 y 40 berberechos, una verdadera horquilla y no la de los sondeos de Michavila y una auténtica bulla de moluscos más apretados que la antepresidencia de una cofradía de barrio, pero que, al menos, se venden a un precio más asequible cuando se despachan en esas cantidades. Los berberechos aparecen protegidos con alarma.
Ninguna novedad hasta que nos topamos con las cajas de pastillas de Avecrem... ¡también blindadas! Hay que pedirle a la cajera que desactive el antirrobo. “Yo le doy una cajita completa, pero hemos tenido que protegerlas de cuatro en cuatro porque mucha gente abría una de mala manera para llevarse una pastilla en el bolsillo y así nos fastidiaban la tableta entera”. Recordé entonces aquella cruel acusación que se hacía de cierto barrio de Sevilla, cuando en los años ochenta se afirmaba con ligereza que sus vecinos se abrigaban con el loden o las pieles mientras en sus casas se guisaba con Avecrem, amén de dejar impagados los recibos de la contribución urbana, la comunidad de propietarios, el Labradores y hasta alguno de la hermandad. La marca Avecrem se pronunciaba con la intensidad del torero a caballo que clava el rejón de muerte. Ay, aquellos tiempos del consomé hecho con paciencia, varias veces colado y sin ápice de grasa... Siempre podemos ir a peor. En la España en que nos venden la bonanza de las cifras económicas y nos repiten que nuestra inflación es de las más leves de Europa protegemos ya el Avecrem como antaño los periódicos de papel de los casinos con el palo antirrobo.
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